jueves

Pablo crece


El cielo está despejado, los globos inflados y colgados en sus respectivos lugares, formando esos racimos desiguales y coloridos, mecidos por el viento de septiembre. Tres mesas largas sirven de pasarela a un universo de sandwiches, papas fritas, masitas secas (de las que se atoran en la garganta), galletitas y la gran torta de color celeste con un inmenso diez en el tope.

Hoy cumplo diez años y heme aquí, vestido como el mayor idiota de la tierra con una camisa cerradita hasta el cuello (por el viento), un par de pantalones planchados con tanta exageración que la raya de las piernas parece ser de alambre. Complementa este hermoso atuendo un par de tiradores, regalo oportunamente ridículo de mi tío, el que vive en Londres y que justo en estas fechas decidió visitarnos.

La cocina es un hervidero de mujeres que intercalan temas de conversación tales como: la mejor forma de sacar un chocolate espeso y rico, el amante de la vecina de enfrente, lo que va a costar limpiar la casa después que una horda de salvajes niños la invadan, los últimos casamientos y nacimientos de la familia, etc, etc, etc.

Y allí llega la abuela.

Hola abuela, si, ya estoy grande, yo también lo se. Ay no, abu, los cachetes de nuevo no...! no me gustaba que me los pellizques cuando tenía nueve y tampoco ahora! Ese paquete es para mi? Veamos, veamos, esperemos que no sea...

Oh, oh...si, es. Otro año, otro pulóver tejido por tus propias manos. Bueno, al menos este año no tiene una ovejita en el frente... es un… pony, un lindo, morado y sonriente pony. Si, hay que abrigarse en el invierno, lo sé, y también hay que evitar que mis amigos vean esto. No deberías molestarte. O si deberías molestarte pero yendo a una juguetería, todavía no se ha comprobado que un autito de plástico tenga un efecto nocivo sobre la personalidad infantil. Si, abuela, te voy a ir a visitar solo si me dejas de estirar los músculos de mi cara. Si, también te quiero y por eso sonrío en vez de decirte lo que pienso. Ahora permiso, tengo que ir a enterrar tu regalo.

Son las seis y media, falta poco para que empiece todo, sólo falta que papá llegue con el “entretenimiento”. Dios sabe que mi padre es uno de los mejores seres humanos que puso sobre esta tierra, su único pecado es quizás intentar educarme apropiadamente. Es un hombre de buenas intenciones y el primer ingenuo, por lo que no sería raro que apareciese con un payaso, de esos que piden monedas en las avenidas, porque le dio lástima y quiere darle una oportunidad honrosa para ganarse la vida.

Papá llegó contento, no es una buena señal. ¿Quién es esa chica? No, por favor que no sea... es eso un sombrero en punta con estrellitas? No le quedaba bien a Mickey Mouse en “Fantasía” y definitivamente tampoco es su mejor accesorio... ¿qué es ese libro gordo? ¿Y esa sospechosa cara de maestra jardinera a la que aún los infantes no le han consumido su precaria salud mental?

¿Qué papá? Si, soy tu campeón... decime que la señorita todo-sonrisas no es una cuenta-cuentos, fiel seguidora de la secta de los enfermos por los cuentos de hadas...

Ah, me lo suponía. ES. ¿Y viene un mago después? Si papá, estoy contento, este cumpleaños va a ser INOLVIDABLE.

Como no lo hacía en mucho tiempo, suspiré.

Considerando que mis primeros diez años sobre este planeta tendrían un festejo espantoso, me resigné y me instalé en la puerta. Mi mamá pensó que era muy educado de mi parte recibir así a mis invitados. En realidad, estaba impaciente por la llegada de mis secuaces procaces, como me gustaba llamar a Esteban y Micaela. A las seis y media, como decía la tarjetita, aparecieron con regalos y muy perfumados.

­Cómo le va, mamá de Micaela, si, es un “feliz” cumpleaños, no sabe cuánto. Mi mamá está adentro, pase, pase… Ah, los padres de Esteban, siempre enredados en sus hijos. Por favor no me deje al chiquito que no gano con el stress hoy... claro, como la tarjeta no decía uno solo, si, entiendo. Un hermano colado no afectará mi economía pero sería tan lindo que esta vez no sople las velas antes que yo. Si, señora, soy un amor. ¿Y sabe qué? Lo hago ad honorem.

-Mil perdones Pablo por mi hermanito, pero todos los años me lo encajan, están desesperados por librarse unas horas de esta plaga. No se si aguantaré hasta que cumpla los cinco años.

El compungido de Esteban hablaba a la vez que me daba un paquete plateado con muchos moños.

–Espero que te guste, pude ir con mi papá a comprarlo.

Me miraba con ansiedad mientras lo abría. Micaela no pudo evitar uno de sus comentarios.

-¿Qué es este año? Pudiste decidir entre el autito, el robot, la ametralladora o le compraste el kit de cómo ser un perfecto sexista que incluye una camiseta que dice “Soy hombre y soy mejor”?

-Nada de eso, los diez años son importantes y una fecha especial merece un regalo especial. ¡Y no empieces a pelear! Si no te gustan las fiestas, no deberías ir a ellas en primer lugar.

Micaela tenía sus reticencias con respecto a las fiestas de cumpleaños (en realidad ella tenía reticencias con todo). Odiaba festejar su cumpleaños y lloraba cuando hacían fiesta. No era para menos, si yo estaba preocupado porque me habían traído una cuenta-cuentos, eso era nada comparado con el festejo número ocho de Mica. Su mamá pensó que era buena idea hacer una fiesta temática y plantó, literalmente, un castillo, alquiló un caballito y vistió a todos y cada uno de príncipe y princesa. Esteban y yo nos vimos enfundados en las medias de nuestras hermanas y sombreros con plumas. Micaela parecía una explosión de tules y rasos, no recuerdo si era Cenicienta o la Bella Durmiente pero tratamos de no estar cerca de ella. Un hada madrina intentó hacerle una broma y Mica le quebró la varita mágica en la cabeza, luego se acabó la fiesta pero hasta entonces las fotos ya habían sido tomadas así que el trauma quedó.

Fue tal el ataque de nervios que se agarró la pobre chica que los padres tratan con mucha cautela el tema de festejos con Micaela, hasta prometieron llevarla de viaje cuando cumpla diez.

Ahora está con cara de pocos amigos, hay muchos niños correteando y lo único que la entusiasma es el pelotero. “Es un buen lugar para vengarte de alguno y fingir que fue un accidente. Hay tantas pelotas...!”, dice maliciosa.

El regalo de Esteban me sorprende.

-¿Binoculares? ¡Buenísimos!- Puedo ver hasta las casas de la otra cuadra.

-Te gustan, ¿no? Caminamos un montón para encontrar uno. Como se que te gusta curiosear, ahora lo vas a poder hacer bien.

-Esteban, eso sí que es poco tacto, a Pablito no le gusta curiosear, el cree que eso es periodismo, trabajo de campo...- se burló Micaela esperando ahora que abra su regalo.

Rasgo el papel, es un cuaderno y una lapicera. En realidad no es un cuaderno, sino un diario. Esteban me gana diciendo lo que pienso.

-¿Un diario? Eso es un regalo para chicas, los hombres no usamos “eso”.

-Eso es una estupidez, ¿qué pasa? ¿acaso los hombres no escriben? ¿Acaso su producción de testosterona se va a detener por poner sus delirios sobre papel? Siempre el mismo macho retrógrado vos.

-Ya está, ya está, vos todo lo haces una discusión sexista, tenés un trauma con las diferencias de género, sabes, creo que ahora sí necesitas ayuda profesional, necesitas urgente una visita al psicólogo.

-¿Ah si? Pero seguro no sería con tu papá si me quiero curar...

Viendo que mi patio se convertiría en un campo de batalla, decidí suspirar.

-Basta ya los dos, tregua por hoy al menos. Mica, tu regalo me gusta mucho, en serio. Es bastante original, nunca pensé en escribir lo que me pasa o lo que pienso; supongo que sería un buen ejercicio.

-¿No querés ser periodista? ¿O escritor? Bueno, empezá a practicar, ya tenés la edad.

-A todo esto, ¿quién es esa chica?- preguntó Esteban señalando a la cuenta-cuentos.

-Uff, ni me hagas acordar, es una que viene a contar cuentos, idea de mi padre, respaldado por mi madre por supuesto...

-Si, bueno, no te pongas mal, a lo mejor cuenta un buen cuento.

-Pues yo no creo que se sepa ninguno de Isaac Asimov o de Kafka. Por favor, ¿dónde nos podemos esconder mientras tortura al resto de tus invitados? Porque no estoy dispuesta a escuchar ninguna estupidez de princesas, ogros o elfos. Tuve demasiado en mi cumpleaños. No lo tomes personal- me dice Mica.

-Te entiendo, yo también traté de huir pero mi mamá ya me amenazó. Así que lo siento, vamos a tener que ir.

Esteban parece que no tiene problemas, al estar lejos de su hermanito (que probaba la resistencia del pelotero) cualquier otra condena le parecía un regalo divino. Nos ubicamos en un semicírculo, rodeando a la muchachita y su libro brilloso. Mi madre sacó fotos y me obligó a usar un ridículo sombrero que decía “feliz cumpleaños”, ¡vaya hipocresía!

A la mitad de “Hansel y Gretel” Micaela ya había bostezado como cuarenta veces, todas a propósito para molestar. Yo la conocía y sabía que su siguiente paso sería hacerse la dormida y empezar a roncar como su papá. Si eso no surtía efecto para librarse de seguir escuchando, empezaría a fingir flatulencias, un recurso no muy elegante pero increíblemente efectivo.

El resto de los invitados, (primos, vecinos del barrio, compañeros de la escuelita de fútbol y algunos colados invitados de mis hermanos) disfrutó sin problemas las aventuras de los niños perdidos en el bosque. Micaela había usado la excusa de ir al baño y no la vi más, Esteban me apoyó hasta que el aburrido cuento terminó. Como no era suficiente molestia su presencia, la cuenta-cuentos preguntó en voz alta:

–Y bueno chicos, ¿cuál es la moraleja de este cuento?

¡Qué oportunidad de venganza!

-¿Que las brujas nunca deben confiar en lo niños si no quieren terminar asesinadas dentro de un horno?

-¡PABLO!

Mi madre siempre atenta a mis exabruptos.

Sonrió nerviosamente y le pidió disculpas a la chica boquiabierta, de paso anunciaba que el chocolate estaba listo y que el mago ya llegaba.

Me arrastró del brazo a la cocina.

Bueno mamá, no haré más bromas. Si, ya se que tengo que ser cortés al menos mientras me dure la infancia y te culpen por mis metidas de pata. Y también podrías haber escuchado cuando te dije que no quería ninguna fiesta. Ok, prometo no abuchear al mago, aún cuando saque un conejo de la galera.

-¡La torta, la torta!-gritan los invitados.

Las luces se apagan y el resplandor de las velas en mi cara. Soy el centro de las miradas, mis tres deseos al coro de “feliiiiiz cumpleaaaaañoooos Pablitooooo...” Soplo y todos aplauden, vaya a uno a saber por qué. Espero que sea de chocolate.

A las ocho y media la mayoría de los invitados eran buscados por sus padres. El mago había pasado sin pena ni gloria, la cuenta-cuentos bailó un arroz con leche, las mesas estaban repletas de sobras y manchas de gaseosas, vasos de plástico por todo el patio, el pelotero pegajoso de merengue y se oía a lo lejos a María Elena Walsh cantando las aventuras de Manuelita.

Esteban y Mica me acompañan en el patio.

-Algo que no se puede negar es que tu mamá es la mejor haciendo tortas- dijo Mica con la boca llena de merengue.

- Y que te pusieron buena música, cada cumpleaños en mi casa se padece a Barney o la discografía completa de los clásicos de Disney, tuviste suerte, mucha suerte Pablo– dice Esteban.

-No fue tan malo después de todo, mi mamá me retó solo una vez, papá quedó feliz con el mago y tu hermanito se durmió mientras le contaban el cuento.

-No se que pensarán ustedes chicos pero esto de cumplir años es una odisea, con la ventaja que a medida que cumplís mayor cantidad de años, menos traumática es la odisea.

-Completamente de acuerdo con Mica, aunque bueno, el hecho de cumplir diez años es todo un acontecimiento, no lo crees?-dijo Esteban.

-Por qué sería especial? Es un número más.

-Pero son diez años Pablo, una década completa, la primera de tu vida. Mi papá dice que es la mejor parte de la vida, además que de la infancia es donde se define una persona para toda la vida...

­­-Claro, -saltó Micaela- además hay que tener en cuenta que la siguiente década de tu vida va a ser un viaje accidentado de crecimiento, hormonas, madurez, confusión, dolor de rodillas, peleas con tus padres, etcétera...

-Es cierto. Una nueva etapa empieza, pero saben? Me siento optimista con respecto a mi futuro.

-Eso es porque tomaste mucha chocolatada Pablo- razona Esteban.

Mamá me avisa que ya vinieron a buscar a mis amigos.

-A propósito, ¿qué pediste en tus deseos?- pregunta Mica.

-Eso no se dice o no se hace realidad, eso sí, seguro no pedí otra fiesta.