martes

La Peor de las Verdades


Pablo mira la lluvia por la ventana; las gotas le fascinan, como caen, como rebotan, como invaden con su humedad cada centímetro de su patio.
Suerte que Esteban y yo vivimos cerca, pienso, porque serían tan aburridas las tardes sin ellos.

-Me tenés repodrida Esteban! -le digo por enésima vez, viendo que no voy a poder ganarle en el ajedrez.
-Te dije que era bueno -acota Pablo.
-Tu rey va a caer, tu rey va a caer… -susurra Esteban.
No me gusta perder, ante la inminente pérdida de mi rey abandono el juego.
-No te pongas así! Es sólo un juego -me recuerda Esteban sorprendido.
-No me importa, no juego más con vos. Nunca. NUNCA. -le digo haciéndome la enojada.

Pablo se desprende de la ventana y sus gotas.
-Ahora que te pasa? Es un juego nada más.
Esteban encoge de hombros y finge interesarse en los nuevos libros de Pablo. Comienza a lagrimear. Creo que se me fue la mano.

Nos miramos con Pablo: Esteban llorando es un acontecimiento funesto, algo ha pasado.
-Esteban estás bien? Por qué lloras? Contame… -pregunto. Detrás de su amado fútbol y su torpeza, Esteban era sensible.
-Estás enfermo? Te pasó algo?
Se sorbe los mocos, su carita hinchada y colorada no se presta a dudas.
-Creo que mi papá y mamá se van a separar.
Pablo y yo lo abrazamos, el infierno le había tocado y necesitaría de los amigos más que nunca.

Las explicaciones de los padres nunca son completas, ni convincentes, ellos esperan que nosotros entendamos por que de repente todo va a cambiar, que la vida se va a partir en dos de ahora y para siempre. Esteban no había dicho nada porque pensó que podía soportarlo, pero en cuanto se encontró solo, enfrentando el inevitable cambio, la angustia le ganó.

-Que van a hacer? Hablaron de eso? -preguntó Pablo.
-No se, mis hermanos mayores dijeron que a lo mejor nos quedamos con mamá en la casa y que papá se va a ir a la casa de los abuelos...
-Pero tus papás dijeron algo? Tienen que haber arreglado ya -insisto.
-No creo, están peleando todo el tiempo cuando creen que no los vemos. Pero yo los veo, me escondo cerca del armario y escucho como discuten sobre abogados, plata, quien se lleva la tele grande...

Bajo la cabeza, no era la primera vez que teníamos que hablar sobre la complicada relación de los padres de Esteban, llenos de hijos, de cuentas, de pacientes y congresos, demasiado ocupados, dejando a sus hijos regados por inglés, fútbol, gimnasia, violín o en las casas de sus amigos.

-Todavía no entiendo por que lo hicieron... por qué los grandes dejan de quererse asi de repente? Por qué no siguen queriéndose como siempre, asi las cosas no cambian, asi no tengo que quedarme en el medio tratando que quererlos a los dos por igual...
-Esteban, es difícil de explicar, creo que los adultos se olvidan de las cosas, se olvidan de cómo ser felices y disfrutar, se olvidan de quererse, cuando se dan cuenta ya no pueden volver atrás, o cuesta demasiado... pero vos no tenés que olvidarte que...
-Ya se, yo no tengo la culpa, verdad Pablo? Ni mis hermanos, ni por las veces que la hice renegar a mamá o cuando no quería ayudar a papá, ya sé que no es mi culpa, pero entonces de quién es?
-De nadie -le digo-, uno no puede querer las mismas cosas toda la vida, eso también les pasa a los papás, se aburren, supongo...

Tiene vergüenza, Pablo y yo lo vemos, vergüenza de verse en una situación así, de no comprender la maraña confusa que sus padres parlotean. Para colmo fingen, delante de ellos tratan de parecer calmados pero lo cierto es que no quieren verse ni la punta de la nariz.
-Me toman por tonto, creen que no entiendo nada, que pueden engatusarme con juguetes como a mi hermanito o con plata como a los más grandes, yo no quiero, no quiero...

Abrazo a Esteban que no aguanta el sollozo, que tiembla debajo de su pulóver de algodón. Él que solo lloraba cuando perdía su equipo o cuando lo culpaban de travesuras que no había cometido.
Pablo trajo la merienda pero no probó bocado. Tampoco
quiso seguir jugando al ajedrez a pesar que le prometí que no me iba a enojar si me ganaba de nuevo.

-Es posible que los papás sigan queriendo a sus hijos a pesar de no verlos todos los días?
-Si Esteban, los papás no se olvidan de sus hijos, incluso te presten más atención...

-Cómo vamos a hacer para Navidad? Para mi cumpleaños? Yo quiero que estén los dos...
-No te preocupes Esteban, eso se va a arreglar...

Tenía miedo, Pablo y yo lo vemos, miedo porque no sabe que hacer o pensar. Prendemos la tele, vemos dibujitos, le pedimos a la mamá de Pablo que nos lleve al cine el fin de semana, a ver una película de ciencia ficción, esas que Esteban adora. Lo ayudamos con los deberes, invento disfraces y le pido que me ayude a arreglarme el pelo.
Su papá terminó de mudarse.

-Me compraron una bici nueva...
-Por qué? -pregunto
-Supongo que para que me entretenga...
Pablo menea la cabeza.
-Típico chantaje, como si no fuera suficiente con mandarnos a un psicólogo...
-No es para tanto, no lo hacen por malos -aclara-, ya creo que lo voy entendiendo, saben? Todo esto de separarse, no lo hacen por malos, al contrario, prefieren irse antes que matarse delante de nosotros... lástima...
Sus ojitos se ponen brillosos.
-Lástima que?- pregunto.
-Lástima que duela tanto, que de ahora en más toda mi vida no va a ser como yo pensé que sería, que por algo que no hice todo cambie, todo sea distinto... asi no me gusta, vivir ahora sabiendo que no los tengo juntos conmigo, que no importa lo que haga, voy a desear toda mi vida que esto no pasara. Acaso estoy loco chicos? Pido demasiado, es cierto?

Mira la lluvia por la ventana, como lo hizo Pablo días atrás y las gotas caen afuera imitando las lágrimas en sus mejillas, Esteban que parecía tan frágil ha soportado la peor de las verdades con el temple de los héroes, no podemos volver atrás, no se recupera la felicidad.
Toca el vidrio grueso con sus dedos.

-Duele mucho.