miércoles

Cuando las hadas te dicen no














Sábado a la tarde en el parque, mis amigos y yo en las hamacas
compitiendo para ver quien alcanza más altura. Me agradan estos juegos infantiles que producen adrenalina con tan poco esfuerzo. Nada de conversaciones, ni de discusiones, simplemente el viento fresco en la cara y la sensación de mareo en los estómagos. Caen gotas.

-¡Llueve!- grita mamá como si las gotas contuvieran ácido. Se aproxima presurosa y nos pone los impermeables y los abrigos. Nos lleva casi corriendo a casa, imposible intercambiar palabra en esa carrera contra el clima, cuando mamá tiene esa arruga en el medio de la frente, significa
que no habrá nada que le devuelva la sonrisa.

Últimamente ha sido así con mamá, su arruga es casi permanente y aparecieron otras en las que no reparé hasta hace unos días, como así también en los innumerables potes de crema de todos los olores y colores sobre la cómoda. También oigo a papá que le dice que está hermosa a cada rato y no sólo cuando ella se prepara para una fiesta. Y oigo a mamá decir que el reloj está marcando sus últimas horas y suspirar largamente, aunque esto, confieso, no lo comprendo del todo.

Ahora es imposible intentar compartir mis pensamientos con mi amigos, estoy demasiado ocupado saltando charcos y evitando perder el equilibrio mientras mamá nos arrastra refunfuñando por las cuadras que separan mi casa de la plaza.
-¿Los adultos disfrutan tan poco de sus diversiones como nosotros?- pregunto ahora tranquilo en mi cuarto, seco y cansado.

-Depende de lo que consideres como diversión para adultos, si es leer un libro sobre el origen del universo, escuchar música de puros violines o ver televisión, creo que les dura poco...- dijo Esteban con la boca llena de mis galletitas rellenas.

-A lo mejor un par de horas, pero todo depende de la cantidad de hijos que tengan, en la casa de Esteban los padres no creo que tengan tiempo de divertirse, acaso si lo tengan para ser ellos mismos - se burló Micaela.
Empezaba una discusión entre ellos que, se figuraba, iba a llegar a la guerra de almohadas si no intervenía. Quería hablar de otra cosa y además no quería que desordenaran mi cama.
Arremetí. -¿Ustedes le temen a la muerte?

Mica fue la primera en escuchar y se quedó mirándome:
-Me parecía que era demasiado tiempo sin una meditación profunda y filosófica de tu parte Pablo. ¿De qué se trata ahora? ¿Te quedaste traumado cuando echaste al inodoro a tu pececito muerto?
-No, no se trata de eso, es algo más, es mi mamá...
-¡Complejo de Edipo!-
acotó Esteban apelando a su escaso conocimiento de Freud, casi como el que tenía su padre, ya que era de la escuela Gestalt.
-¡Qué Edipo ni Edipo, intelectualoide! ¡Es en serio! ¿Qué pasó? ¿Ella está enferma? ¿Vos estás enfermo? ¡¿Quién está enfermo?!...
-NADIE está enfermo Mica, es otra cosa, es una cuestión de arrugas... ¿no vieron que mi mamá está cada día más arrugada? ¿Y que mi papá ya no me alza como antes, ni me hace avioncito?
-Ese es un problema tuyo, de tu peso no de la destreza de tu papá, y tu mamá...no sé, yo la veo igual, quizás no se ríe tanto como antes...
-Tiene razón, ¿que problema hay? Son arrugas nada más, el precio de la felicidad como dice
mi mamá, uno tiene arrugas de reírse mucho...- intervino Esteban.
-O de NO reírse mucho... no se dan cuenta que mi mamá está todo el tiempo enojada, preocupada. Antes le encantaba mojarse en la lluvia, caminar en los días fríos, y ahora lo único que hace es rezongar por el clima, porque está gorda, porque está más vieja, porque no me queda la ropa, porque papá se pone las camisetas al revés...

Recordé el sonido fresco de su risa, cuando era niño y abrazaba tan fuerte que me quedaba sin aire, cuando jugábamos a perseguir a papá para quitarle caramelos. Su risa se había apagado lentamente, nunca nos dimos cuenta que su espíritu se estaba apagando como un fuego que no tiene más leña de la cual alimentarse. Me sentía triste sabiendo incluso lo joven que era mamá, aunque para los niños, los adultos siempre tienen demasiados años.

-Tengo un tío que es cura y dice que cuando morimos nos vamos al paraíso y que es un lugar lindísimo donde se la pasa bomba, si es así no hay nada de malo en morirse...
-¿Y qué se supone que es el paraíso?- preguntó Micaela al borde de la burla.

-Eeeh...es un lugar bonito, lleno de nubes y gente buena que está muerta...

-¡VOS tenés la cabeza llena de nubes Esteban! El paraíso es un mito que se inventó para las personas no hagan cosas malas, y en mi opinión, es algo en lo que no creo...pensá un poco, para ir allá tenés que ser bueno, o sea, no hacer nada malo... ¿pero quién sabe que es lo bueno y que es lo malo? A veces se mete la pata como dice mi mamá y se cometen errores...

Tuve que intervenir.

-En fin, la discusión sobre los límites del bien y el mal será para otro momento, mi pregunta sigue en pie y nadie contestó, ¿le temen a la muerte?-
Luego de una breve reflexión Esteban contestó
-No sé, no puedo temerle a algo que no entiendo ni conozco...

Y sin querer, con su respuesta Esteban marcó la sutil diferencia que separa a los niños de los adultos: el adulto siempre le teme a lo desconocido mientras que los niños, que empiezan a conocer el mundo, gozan de la sana curiosidad, del placer de explorarlo todo. Conocen y después juzgan. El adulto lo hace todo al revés. O, en una tesis más simple, sería lo que Micaela sentenció:
-Los niños no tenemos la capacidad de pensar en cuestiones tan profundas, nuestra capacidad cerebral es aún limitada. Para saber de la muerte, debemos saber primero de la vida.

La tarde se perdía en la cortina gris de la lluvia copiosa. Micaela tarareaba un viejo blues de Janis Joplin mientras dejaba que Esteban intentase nuevos peinados con sus dos trenzas ahora deshechas.
-¿Qué harías si tu mamá se muere?
- La pregunta de Mica fue seguida por un tirón de pelo de su acompañante por lo brutal de su curiosidad.
-¡Dios! ¡Sos terrible! ¿Acaso no ves que el pobre Pablo está preocupado en serio por la salud de su mamá? ¿Porqué no pensás un poquito en los sentimientos de los demás, eh? ¿Qué pasaría si Pablo o yo te hubiésemos hecho semejante pregunta, ah, ah, ah?-
-No hay nada de malo, es algo que pasará tarde o temprano, a mí no me molestaría tanto, al fin y al cabo mi mamá también morirá y qué...no es el fin del mundo...
-Sos tan...¡insensible!
-¡No soy insensible! ¡No me culpes por ser mujer y estar naturalmente preparada para afrontar la pérdida y el dolor de una manera madura, hombrecito sen-si-ble!

Era evidente que tanto Esteban como Micaela querían terminar violentamente la tarde pero no estaba de humor para permitírselos.
-¡Basta ya! No es para tanto, y en cierto punto Mica tiene razón: con el tiempo todos los adultos que queremos van a envejecer y morirán. Eso pasará, aún cuando no lo entendamos y no sepamos de que se trata. Es la ley de la naturaleza.

Un silencio profundo reinó durante unos momentos. Fue Esteban el que lo quebró.
-Qué lástima que no existan de verdad las hadas madrinas como en los cuentos, donde ellas cambian todo, cumplen tus deseos y hacen que todos vivan felices. De seguro le pediría que no permita que mi mamá, ni mi papá mueran nunca... sería fácil para un hada cumplir eso...

Otro silencio, aunque menos profundo, reinó durante segundos antes que la reacción de Micaela se... desplegara.
-Un momento... no se si escuché bien, pero... ¿dijiste algo sobre hadas?... ¿Hadas madrinas?... ¿esas mujercitas voladoras que brillan mucho y tiran polvitos de colores, que parecen langostas en vestidos de Versace?... por favor Pablo dame algo contundente para golpearlo...
-¿Qué tiene de malo? Fue sólo una expresión, porque...¿no sería grandioso? Poder tener a alguien que cumpla tus deseos, que pueda concederte todo lo que quieras...¡así mis papás vivirían por siempre!
-Seamos racionales Esteban, otra vez tu papá te leyó cuentos de hadas para que los discutan juntos y enseñarte la sutil diferencia entre fantasía y realidad, ¿verdad? ¿Estás seguro que su título de psicólogo no fue falsificado?
-Basta ya, Mica, lo que dice Esteban no es tan descabellado...cualquiera moriría por tener todo lo que desea, ya sea de un hada, de un genio o de donde sea... hasta vos darías lo que fuera por hacer desaparecer mágicamente todas las medias con puntillas y a las muñecas Barbie. Lo malo es que aún con una hada de tiempo completo, no podríamos detener el paso del tiempo, ni el destino de cada uno. Y si le pidiéramos la inmortalidad de las personas que queremos, esa hada madrina nos diría que no lo puede hacer. Podría borrar las arrugas pero no contener la vida, eso no se puede amigos...

Y allí ocurrió, como suceden las cosas grandiosas, un destello de filosofía, sensibilidad, comprensión y sentido común con el que Esteban nos deleitaba de tanto en tanto.
-Pero existe una forma de ser inmortal... cuando mi abuelo murió yo estaba muy triste pero mi mamá me dijo que mi abuelo no podría morir si lo recordaba, que la única forma de muerte es el olvido. Por eso cuando lo extraño, me acuerdo de los momentos que pasamos juntos y ya no me siento más triste, porque mi abuelo está vivo otra vez...
Micaela se dio cuenta que no había argumento para refutar esa verdad.
-Eso es, Esteban, lo más cierto que has dicho en toda la tarde...

Cuando ni un hada con toda si magia puede cumplirte tu deseo, queda asumido que es algo bastante imposible. Pero la alternativa de Esteban era una posibilidad que no había tenido en cuenta y que sin duda, me daba el poder de evitar perder a los que más quería. Ya no importaba que no se me concediese mi deseo, porque yo mismo podía hacerlo realidad.
Así que Micaela se rehizo las trenzas y se fue a su casa. La lluvia había parado y las estrellas guiñaban desde lo alto. Con Esteban las contamos hasta que nos dormimos. Esa noche soñé con la risa de mamá y supe que jamás la olvidaría aunque no volviese a escucharla más.