martes

Esteban conoce a Micaela

(Cuento)








La historia de mi vida comenzó a los seis años, cuando mi familia decidió mudarse a una casa más grande, viendo y considerando que la familia crecía sin remedio. Recuerdo que aún con la poca vida vivida, sentí pánico al dejar mis calles, mi barrio, mi cuarto y empezar todo de nuevo. ¿Y si no me gustaba?

Comencé primer grado siendo un perfecto desconocido, ninguno de mis compañeritos parecía tener una pizca de solidaridad para con los recién llegados. Salvo uno.
Era un niño de ojos color marrón muy clarito, bien peinado y con una mochila de Superman. Me pareció que me observaba mientras armaba una pelota de papel; en un rincón del patio yo me acurrucaba, pensando que no
había nada peor que ser un desconocido.
De repente.

-Hola. Me llamo Esteban ¿y vos?- me dijo con sus enormes ojos.
-Me llamo Pablo.
-Vos te mudaste hace poco al barrio, ¿no? Yo te vi porque vivo a tres casas de la tuya, ¿te gusta el fútbol? Hablaba rápido y casi sin respirar. Y la sonrisa no le borraba de la cara.

-Si...- De repente miró para abajo y exclamó.
-¡¡Qué buenísimas tus zapatillas!! Yo quería las mismas pero no me las pudieron comprar porque son caras y mis papás dicen que hay que hacer economía porque tengo un hermanito que es bebé y se gasta una barbaridad... ¿Querés jugar para mi equipo?

Y así Esteban se convirtió en mi mejor amigo. Me presentó a los demás chicos del grado y nos sentamos en la misma mesa; nuestras mamás terminaron por conocerse y no hubo problemas para ir a jugar a su casa, o él a la mía.

Dos años después ocurrió algo que me cambiaría, nuevamente, la vida.

La casa de al lado estaba desocupada hasta que se comentó en el barrio que una familia la había comprado. Los nuevos propietarios llegaron justo cuando yo estaba de vacaciones en lo de mi abuela así que no pude ver quiénes eran. Cuando volví, el reencuentro con Esteban y las trivialidades diarias me hicieron olvidar del asunto.

Hasta que un domingo a la tarde, salí al patio trasero de mi casa y encontré varios cuerpitos plásticos sin cabeza, de lo que se suponía, eran Barbies pasadas por la guillotina. Corrí a contar a mi mamá sobre ese extraño fenómeno meteorológico.
Mamá, siempre lista, fue con las muñecas en mano a la casa del lado. Yo la seguí. Una señora con cara de buena abrió la puerta, escuchó el relato de mamá, hizo un gesto de resignación y nos hizo pasar.
-¡Micaela! ¡Vení ya!- gritó poniendo cara seria.

Una pecosa con trenzas castañas y con cara de recién levantada apareció. Me miró a mí, a mi mamá y a las muñecas que su mamá tenía en la mano.
-¿Me querés explicar por qué tiraste estas muñecas a la casa de los vecinos? ¿Y por qué ninguna de estas muñecas tiene cabeza?-
La pecosa se encogió de hombros.
Su mamá siguió - Quiero que le pidas disculpas a la señora por ensuciarle su patio
La pecosa se acercó.

-Perdón. No quería tirar las muñecas en su patio.- y agregó bajito - Pero no puedo hacer entender a mis padres que odio las muñecas.
Me gustó su actitud.
Como siempre pasa, las madres encuentran excusas para tomar algo y conversar y esta no fue la excepción. De repente me vi en compañía de la pecosa destructora.
-¿Cómo te llamas?- me preguntó

-Pablo.
-¿Cuántos años tenés?
-Ocho.
-¿A qué escuela vas?
-A la que queda frente a la plaza.
-¿Tenés hermanos?
-Dos.
-¿Más grandes o más chicos?
-Más grandes.
-¿Te llevás bien con ellos?
-A veces.
-¿Tenés papá?
-Si.

-¿Qué hace?

-Es ingeniero.
-¿Y tu mamá?
-Es maestra.
-¿Te gustan los cuentos de hadas?
-No.
-¿La lucha libre?
-Si.
-¿Siempre te vestís así?
-Mi mamá me obliga.
-¿Querés jugar a las damas?
-Bueno. Pero yo quiero las blancas.
Después de ese interrogatorio y el partido de damas, Mica se volvió mi amiga. Era raro encontrar una niña que no le interese jugar a la casita o tomar el té, o las muñecas, que siempre use zapatillas y pegue como varón.






Un día que ella estaba en casa, apareció Esteban. Me miró. La miró. No entendió. Y yo, que había pasado por eso de ser nuevo, pensé que a Mica le vendría bien otro amigo.
-Esteban, ella es Mica, es mi vecina, hace poco que se mudó.
Ambos se miraron con desconfianza.
-Esteban vive cruzando la calle - dije para tratar de romper el hielo, que más bien parecía un glaciar.
-Hola-dijo él al fin.
-Hola.
Silencio incómodo.
-¿Vamos a tomar una chocolatada?- dije.
Después de alimentar nuestros estómagos, volvimos al patio. ¿Y ahora qué?
-Es medio rara, ¿no?- Me confesó Esteban por lo bajo.
-Es... distinta. Bastante simpática aunque un poco irritable.
-¿A que jugamos?- preguntó Mica interrumpiendo nuestro cuchicheo.
-A "la comidita" no. -se apuró a contestar Esteban-
Tenía que ser él. Mica lo miró como para fulminarlo.
-¡¿Y quién quiere jugar a la comidita?! ¿Acaso por ser mujer sólo puedo jugar a eso? Seguramente después también me vas a mandar a lavar los platos.
El pobre del Esteban me miraba en busca de alguna forma de salir del lío en que se había metido.
-Perdón... no sabía que... yo no quise....
-¡Eso! ¡No sabes nada! Y la próxima vez que vengas con tus comentarios sexistas y discriminatorios, no voy a dudar en ROMPERTE LA CARA!
Intervine.
-Está bien, Mica, ya Esteban se disculpó. Es que tenés que entender, vos no sos como las demás chicas que conocemos. Vos sos... eh...eh...
-¡¿Soy qué?!
-Vos sos... ¡especial!- exclamó Esteban como si le hubiera encontrado el agujero al mate. Y milagrosamente funcionó, Mica, que parecía un gato encrespado, se serenó.
-Eso me dice mi tía. Perdón por la reacción, es que hay mucho tarado dando vueltas y estoy cansada que siempre quieran que sea como las otras chicas.
-Está bien, incluso es mejor porque podríamos jugar al fútbol los tres - propuso Esteban.
-Bueno, no es para tanto, que no juegue con muñecas no significa que me guste el fútbol...-
-¿No te gusta?
-Me parece deporte de brutos.- sentenció la pecosa.
-Ah, bueno. Y... a que querés jugar?

La paz se hizo y la tarde se pasó como tantas otras que vinieron: veloz y divertida. Siendo tan diferentes Esteban y Micaela, hicieron una tregua de sus diferencias y fueron tolerantes. Igual a veces se arrancan los pelos por un programa de televisión, pero en el fondo son amigos. Mis mejores amigos.