miércoles

Pablito odia a Peter Pan

(cuento)

-Mmmmh…a ver Pablito, contame que te pasa…
Lo miré y no dije nada. Le dirigí esa mirada que pongo cuando mi mamá me dice que hay ensalada de coliflor para comer; una mezcla de resignación y sentirme repodrido.
El doctor me miraba fijo también. Había empezado con el pie izquierdo porque a mi no me gusta que me digan Pablito. Mi nombre es Pablo y así está en mi documento. Pablito es para bebés babosos que no pueden decir nada. Con 8 años ya me dejé de babear hace rato.

-¿Por qué estás tan callado? ¿Estás enojado?
No, en realidad estoy chocho de pasar cuarenta minutos sentado en un sillón, mirando a un extraño con anteojos y diplomas, que me hace preguntas tontas, todo por una estupidez. Mi amigo Esteban me dijo que así son todos, se la dan de sabiondos y después le llenan la cabeza a los padres con palabras dificilísimas, que hacen que pongan cara de angustia.

-Tus papás me contaron que le dijiste algo a la maestra… ¿qué era?
¡Qué recurso tan bajo! Sabía perfectamente lo que había dicho, pude escuchar a mamá diciéndoselo a través de la puerta mientras papá intentaba distraerme con una revista de autos. Lo sabía todo, tenía que saberlo. Seguramente habló con la maestra… ¡esa mujer es tan irritante! Con sus anteojos de marco dorado y esos zapatos pasados de moda. Hablando de hadas y mariposas, de príncipes y ogros… Príncipes, ¡¡mi Dios!!... ¡está tan desactualizada! ¡¡Como dos siglos atrás!!
Me agarro la cabeza al recordarla.

-¿Te duele la cabeza?¿ Querés un poco de agua?
Niego con la cabeza. ¿Agua? ¿Acaso lo correcto no es una aspirina o un calmante? Y todo por… Ese asuntito de la maestra me pone los pelos de punta. Voy a necesitar como una hora de fútbol o dos de videojuegos para desestresarme…
-A ver Pablito, contame… ¿qué es ese asunto de Peter Pan que le comentaste a la maestra?
¡Ajá! ¿Así que se te acabo la paciencia? Sabía que no iba a durar mucho, los adultos son ansiosos… ya sabía yo que te ibas a deschavar…
Suspiré e hice como si fuese a comenzar a hablar, pero no dije nada. Pude ver la desilusión y la impaciencia claritas en la cara del tipo. Me encanta hacer eso, sobre todo para asustar a mi hermana que no quiere que papá se entere de las estupideces que habla con sus amigas y que yo escucho. A cambio de mi silencio consigo plata o el mando del control remoto a la hora de la novela.

-Pablito, no es bueno que no hables. Tenés preocupados a tu familia y a tus maestros, vos sabés que podés confiar en mi. Si hay algo que no querés que ellos se enteren, va a quedar entre nosotros, te lo prometo.
¡Oh, no! Ya comenzó con eso de “¡soy tu amigo, confía en mí!”. Ya me lo decía Esteban, se hacen los buenitos y después ya no podés ver la tele, te mandan a aprender deportes o te llenan de libros con moralejas.
Me cansé de mirarlo. ¿Qué es eso? Lindo armario… Lleno de juguetes y libros... Un Play Station ni hablar, ¿no?

-¿Estás cansado? ¿Querés jugar un ratito?
Le digo que si (con la cabeza, por supuesto) y me levanto. Él me desparrama un montón de muñecos, rompecabezas, autitos, jueguitos de té, ollas, peluches y no se que más. Abro un rompecabezas que dice de 7 a 10 años y empiezo a armarlo. Parece un dinosaurio o un lagarto, es feo y verde.
El hombre volvió a su silla y anota en su libreta. Mientras no hagas preguntas, estamos bien.
¡Y pensar que fue todo por culpa de ese cuento ridículo! La maestra cursi y sus ideas para el acto de primavera. Nos dio a elegir un cuento para interpretar frente a toda la escuela y, maldita suerte la mía, salió Peter Pan. Para peor lo leyó en voz alta y de remate, como NO era mi día de suerte, a escribir una composición sobre él.

Creo que era un día caluroso, mi mamá me había puesto esa remera que pica y se me perdió la goma de lápiz. No, no era mi mejor humor para composiciones desabridas, así que fui sincero. Escribí lo que me parecía Peter Pan, su pandilla de mocosos y ese capitán trastornado que ni recién levantado a la mañana debe dar miedo.
Fui el primero en entregar y la maestra lo leyó ahí mismo. Era cómico ver como su boca pasaba de una sonrisa a una gran “o” de sorpresa. Cuando terminó, me miró y me pareció que quería llorar.
Sonó el timbre y estaba a punto de quebrar mi récord de velocidad en los 100 metros hacia el kiosko cuando la maestra me llamó. Me pidió el cuaderno y escribió una nota para mis papás. Que si podían ir a la escuela, que era urgente y bla, bla, bla.
Cuando terminó con la nota, me preguntó si me sentía bien. Yo le dije que sí, mejor estaría, claro, con un helado en la mano o una gaseosa…

-“Y decime, Pablito, ¿por qué no te gusta Peter Pan? , es un cuento muy bonito, en Nunca Jamás los niños juegan y se divierten, son felices…”
Quizá fue por lo de “Pablito”, con ese tonito meloso, quizás porque el kiosko ya estaría lleno, pero se me agotó la paciencia. Puse mi mejor aire de frescura y le dije como si nada: -“ ¿Y a usted quien le dijo que yo quiero ser feliz?”
Boom. Fue como si le vaciaran un balde de agua congelada en la cabeza. Se puso hasta pálida.
Al llegar a casa, mi mamá estaba con cara de circunstancia y mi papá caminaba de un lado a otro, hablando solo.

-“¿Cómo es eso de que no querés ser feliz?... ¿Acaso sabes lo que decís?... Sos muy chiquito para decir esas barbaridades... Eso pasa porque ves esa porquería de televisión... Con qué delincuentes te andarás juntando... Qué hicimos mal, ¿a ver, qué?... ¿Acaso no nos querés?!!”-
Los padres suelen terminar en ese chantaje emocional si hablar/ argumentar/ ordenar/ implorar/ dialogar/ gritar/ pedir no funciona.
Se los expliqué. Si. Más allá de lo que le dijeron al anteojudo con diplomas, yo se los dije: Detesto a Peter Pan. No me banco a Wendy, ni a los niños perdidos, ni al cocodrilo ni a Garfio, no iría a Nunca Jamás ni en vacaciones pagas y está de más decir que no toquemos el tema de Campanita. Eso de ser niño por siempre no es ser feliz, es ser tonto. ¿Quién quiere ser niño por siempre? ¿Acaso ya olvidaron lo difícil que es ser niño? Ojo que no significa tampoco que ser adulto es garantía de dicha eterna, no. Cuando me compraron el Play Station tenía no se cuántos jueguitos y me pasaba horas y días y semanas con él. Me encantaban, era feliz, pero un día me aburrí y ya no era feliz. Me daba lo mismo. Y descubrí que ir a jugar a la pelota a la casa de Esteban era más lindo y eso era lo que me devolvió las ganas, la alegría, la felicidad o lo que sea. Cuando me aburra de eso, me hará feliz otra cosa… y así eternamente. Si ser feliz significa ser como Peter Pan, paso.

Hablé despacito, con voz clara y aún así no me entendieron. Debe ser la altura, yo todavía estoy muy abajo y ellos muy alto. Esteban dice que como ellos están más cerca del sol, el cerebro se les recalienta y no los deja pensar bien.

-¿Te gustan los rompecabezas?
Suspiré. Voy a pensarlo dos veces la próxima vez que quiera ponerme sincero en mis composiciones. Todo este lío porque me niego a creer que volar es mejor que andar en bicicleta.

-Bueno, Pablito. Ya es hora. Tus papás te deben estar esperando. Espero que la próxima vez digas algo, ¿eh?
Me revuelve el cabello con una mano, total a él nadie lo peina con gel fijador extrafuerte para que no se noten los rulos. Me dejó los pelos como anime japonés.
Agarro mi mochila y me acerco a su sillón. Basta de consideraciones.

-“No me gusta que me digan Pablito. Me llamo Pablo. No me gustan los psicológos porque miran por encima de los anteojos. Le dije a mi maestra que odio a Peter Pan y no, no me gustan los rompecabezas pero era más digno que agarrar el conejito de peluche, ¿no cree?”-
Sin embargo no le dije nada de esto. Lo pensé pero me quedé callado. Decirlo sería peor, me obligarían a venir semana tras semana y no podría jugar a la pelota con Esteban. En cambio dije esto.
-Lo que escribí fue una broma. No me gustan las hadas, son cosas de chicas… además no quería vestirme de duende…-
El tipo me mira satisfecho. Como si confirmara que estudiar psicología por cinco años fue la mejor decisión de su vida. Suspiro otra vez.

-Ya me parecía… bueno… andá nomás, ahora tengo que hablar con tus papás, ¿sabés?-
La vuelta es distinta. Mi mamá sonríe y me acomoda el pelo. Papá maneja con una expresión de “tengo de nuevo un hijo normal”. Yo no estoy tan feliz. Me libré del psicólogo pero me compraron Alicia en el país de las Maravillas. Es ésta la que se despierta al final, ¿no? Porque si no… ¡¡Ay!! ¡¡¡Cómo odio a Peter Pan!!!




4 comentarios:

Charls dijo...

que madurez tiene este niño!!! yo a su edad, me comìa los mocos a kilos, y las cuestiones de este estilo, eran sòlo meditada en mi interior. siempre silenciadas.

a lo mejor, por eso, muchìsimos años despuès de mi infancia, recièn caì al psicòlogo.

en fin... los tiempos cambian, y nuestros niños, crecen, aùn sin quererlo. hasta nos sorprenden... mirà.

saludos,

Charls.

Stella dijo...

Me gustó!!!
Y a mi tampoco me gusta Peter Pan!!! Por fin me animo a decirlo!! jajaja

Anónimo dijo...

Me encantó el cuento :). Claro que a Pablito lo veo como a un manipulador del diablo, pero seguro que por su personalidad va atener muchas aventuras . Felicitaciones.

Leo

Milo Pratt dijo...

Hola, llegu aquí por casualidad y obviamente partí por el principio.

Buen cuento!

Otro día con más tiempo leo el resto.

Te invito a entrar a mi blog (cuentos y poemas) http://lacasadelsimio.blogspot.com