jueves

Pablo crece


El cielo está despejado, los globos inflados y colgados en sus respectivos lugares, formando esos racimos desiguales y coloridos, mecidos por el viento de septiembre. Tres mesas largas sirven de pasarela a un universo de sandwiches, papas fritas, masitas secas (de las que se atoran en la garganta), galletitas y la gran torta de color celeste con un inmenso diez en el tope.

Hoy cumplo diez años y heme aquí, vestido como el mayor idiota de la tierra con una camisa cerradita hasta el cuello (por el viento), un par de pantalones planchados con tanta exageración que la raya de las piernas parece ser de alambre. Complementa este hermoso atuendo un par de tiradores, regalo oportunamente ridículo de mi tío, el que vive en Londres y que justo en estas fechas decidió visitarnos.

La cocina es un hervidero de mujeres que intercalan temas de conversación tales como: la mejor forma de sacar un chocolate espeso y rico, el amante de la vecina de enfrente, lo que va a costar limpiar la casa después que una horda de salvajes niños la invadan, los últimos casamientos y nacimientos de la familia, etc, etc, etc.

Y allí llega la abuela.

Hola abuela, si, ya estoy grande, yo también lo se. Ay no, abu, los cachetes de nuevo no...! no me gustaba que me los pellizques cuando tenía nueve y tampoco ahora! Ese paquete es para mi? Veamos, veamos, esperemos que no sea...

Oh, oh...si, es. Otro año, otro pulóver tejido por tus propias manos. Bueno, al menos este año no tiene una ovejita en el frente... es un… pony, un lindo, morado y sonriente pony. Si, hay que abrigarse en el invierno, lo sé, y también hay que evitar que mis amigos vean esto. No deberías molestarte. O si deberías molestarte pero yendo a una juguetería, todavía no se ha comprobado que un autito de plástico tenga un efecto nocivo sobre la personalidad infantil. Si, abuela, te voy a ir a visitar solo si me dejas de estirar los músculos de mi cara. Si, también te quiero y por eso sonrío en vez de decirte lo que pienso. Ahora permiso, tengo que ir a enterrar tu regalo.

Son las seis y media, falta poco para que empiece todo, sólo falta que papá llegue con el “entretenimiento”. Dios sabe que mi padre es uno de los mejores seres humanos que puso sobre esta tierra, su único pecado es quizás intentar educarme apropiadamente. Es un hombre de buenas intenciones y el primer ingenuo, por lo que no sería raro que apareciese con un payaso, de esos que piden monedas en las avenidas, porque le dio lástima y quiere darle una oportunidad honrosa para ganarse la vida.

Papá llegó contento, no es una buena señal. ¿Quién es esa chica? No, por favor que no sea... es eso un sombrero en punta con estrellitas? No le quedaba bien a Mickey Mouse en “Fantasía” y definitivamente tampoco es su mejor accesorio... ¿qué es ese libro gordo? ¿Y esa sospechosa cara de maestra jardinera a la que aún los infantes no le han consumido su precaria salud mental?

¿Qué papá? Si, soy tu campeón... decime que la señorita todo-sonrisas no es una cuenta-cuentos, fiel seguidora de la secta de los enfermos por los cuentos de hadas...

Ah, me lo suponía. ES. ¿Y viene un mago después? Si papá, estoy contento, este cumpleaños va a ser INOLVIDABLE.

Como no lo hacía en mucho tiempo, suspiré.

Considerando que mis primeros diez años sobre este planeta tendrían un festejo espantoso, me resigné y me instalé en la puerta. Mi mamá pensó que era muy educado de mi parte recibir así a mis invitados. En realidad, estaba impaciente por la llegada de mis secuaces procaces, como me gustaba llamar a Esteban y Micaela. A las seis y media, como decía la tarjetita, aparecieron con regalos y muy perfumados.

­Cómo le va, mamá de Micaela, si, es un “feliz” cumpleaños, no sabe cuánto. Mi mamá está adentro, pase, pase… Ah, los padres de Esteban, siempre enredados en sus hijos. Por favor no me deje al chiquito que no gano con el stress hoy... claro, como la tarjeta no decía uno solo, si, entiendo. Un hermano colado no afectará mi economía pero sería tan lindo que esta vez no sople las velas antes que yo. Si, señora, soy un amor. ¿Y sabe qué? Lo hago ad honorem.

-Mil perdones Pablo por mi hermanito, pero todos los años me lo encajan, están desesperados por librarse unas horas de esta plaga. No se si aguantaré hasta que cumpla los cinco años.

El compungido de Esteban hablaba a la vez que me daba un paquete plateado con muchos moños.

–Espero que te guste, pude ir con mi papá a comprarlo.

Me miraba con ansiedad mientras lo abría. Micaela no pudo evitar uno de sus comentarios.

-¿Qué es este año? Pudiste decidir entre el autito, el robot, la ametralladora o le compraste el kit de cómo ser un perfecto sexista que incluye una camiseta que dice “Soy hombre y soy mejor”?

-Nada de eso, los diez años son importantes y una fecha especial merece un regalo especial. ¡Y no empieces a pelear! Si no te gustan las fiestas, no deberías ir a ellas en primer lugar.

Micaela tenía sus reticencias con respecto a las fiestas de cumpleaños (en realidad ella tenía reticencias con todo). Odiaba festejar su cumpleaños y lloraba cuando hacían fiesta. No era para menos, si yo estaba preocupado porque me habían traído una cuenta-cuentos, eso era nada comparado con el festejo número ocho de Mica. Su mamá pensó que era buena idea hacer una fiesta temática y plantó, literalmente, un castillo, alquiló un caballito y vistió a todos y cada uno de príncipe y princesa. Esteban y yo nos vimos enfundados en las medias de nuestras hermanas y sombreros con plumas. Micaela parecía una explosión de tules y rasos, no recuerdo si era Cenicienta o la Bella Durmiente pero tratamos de no estar cerca de ella. Un hada madrina intentó hacerle una broma y Mica le quebró la varita mágica en la cabeza, luego se acabó la fiesta pero hasta entonces las fotos ya habían sido tomadas así que el trauma quedó.

Fue tal el ataque de nervios que se agarró la pobre chica que los padres tratan con mucha cautela el tema de festejos con Micaela, hasta prometieron llevarla de viaje cuando cumpla diez.

Ahora está con cara de pocos amigos, hay muchos niños correteando y lo único que la entusiasma es el pelotero. “Es un buen lugar para vengarte de alguno y fingir que fue un accidente. Hay tantas pelotas...!”, dice maliciosa.

El regalo de Esteban me sorprende.

-¿Binoculares? ¡Buenísimos!- Puedo ver hasta las casas de la otra cuadra.

-Te gustan, ¿no? Caminamos un montón para encontrar uno. Como se que te gusta curiosear, ahora lo vas a poder hacer bien.

-Esteban, eso sí que es poco tacto, a Pablito no le gusta curiosear, el cree que eso es periodismo, trabajo de campo...- se burló Micaela esperando ahora que abra su regalo.

Rasgo el papel, es un cuaderno y una lapicera. En realidad no es un cuaderno, sino un diario. Esteban me gana diciendo lo que pienso.

-¿Un diario? Eso es un regalo para chicas, los hombres no usamos “eso”.

-Eso es una estupidez, ¿qué pasa? ¿acaso los hombres no escriben? ¿Acaso su producción de testosterona se va a detener por poner sus delirios sobre papel? Siempre el mismo macho retrógrado vos.

-Ya está, ya está, vos todo lo haces una discusión sexista, tenés un trauma con las diferencias de género, sabes, creo que ahora sí necesitas ayuda profesional, necesitas urgente una visita al psicólogo.

-¿Ah si? Pero seguro no sería con tu papá si me quiero curar...

Viendo que mi patio se convertiría en un campo de batalla, decidí suspirar.

-Basta ya los dos, tregua por hoy al menos. Mica, tu regalo me gusta mucho, en serio. Es bastante original, nunca pensé en escribir lo que me pasa o lo que pienso; supongo que sería un buen ejercicio.

-¿No querés ser periodista? ¿O escritor? Bueno, empezá a practicar, ya tenés la edad.

-A todo esto, ¿quién es esa chica?- preguntó Esteban señalando a la cuenta-cuentos.

-Uff, ni me hagas acordar, es una que viene a contar cuentos, idea de mi padre, respaldado por mi madre por supuesto...

-Si, bueno, no te pongas mal, a lo mejor cuenta un buen cuento.

-Pues yo no creo que se sepa ninguno de Isaac Asimov o de Kafka. Por favor, ¿dónde nos podemos esconder mientras tortura al resto de tus invitados? Porque no estoy dispuesta a escuchar ninguna estupidez de princesas, ogros o elfos. Tuve demasiado en mi cumpleaños. No lo tomes personal- me dice Mica.

-Te entiendo, yo también traté de huir pero mi mamá ya me amenazó. Así que lo siento, vamos a tener que ir.

Esteban parece que no tiene problemas, al estar lejos de su hermanito (que probaba la resistencia del pelotero) cualquier otra condena le parecía un regalo divino. Nos ubicamos en un semicírculo, rodeando a la muchachita y su libro brilloso. Mi madre sacó fotos y me obligó a usar un ridículo sombrero que decía “feliz cumpleaños”, ¡vaya hipocresía!

A la mitad de “Hansel y Gretel” Micaela ya había bostezado como cuarenta veces, todas a propósito para molestar. Yo la conocía y sabía que su siguiente paso sería hacerse la dormida y empezar a roncar como su papá. Si eso no surtía efecto para librarse de seguir escuchando, empezaría a fingir flatulencias, un recurso no muy elegante pero increíblemente efectivo.

El resto de los invitados, (primos, vecinos del barrio, compañeros de la escuelita de fútbol y algunos colados invitados de mis hermanos) disfrutó sin problemas las aventuras de los niños perdidos en el bosque. Micaela había usado la excusa de ir al baño y no la vi más, Esteban me apoyó hasta que el aburrido cuento terminó. Como no era suficiente molestia su presencia, la cuenta-cuentos preguntó en voz alta:

–Y bueno chicos, ¿cuál es la moraleja de este cuento?

¡Qué oportunidad de venganza!

-¿Que las brujas nunca deben confiar en lo niños si no quieren terminar asesinadas dentro de un horno?

-¡PABLO!

Mi madre siempre atenta a mis exabruptos.

Sonrió nerviosamente y le pidió disculpas a la chica boquiabierta, de paso anunciaba que el chocolate estaba listo y que el mago ya llegaba.

Me arrastró del brazo a la cocina.

Bueno mamá, no haré más bromas. Si, ya se que tengo que ser cortés al menos mientras me dure la infancia y te culpen por mis metidas de pata. Y también podrías haber escuchado cuando te dije que no quería ninguna fiesta. Ok, prometo no abuchear al mago, aún cuando saque un conejo de la galera.

-¡La torta, la torta!-gritan los invitados.

Las luces se apagan y el resplandor de las velas en mi cara. Soy el centro de las miradas, mis tres deseos al coro de “feliiiiiz cumpleaaaaañoooos Pablitooooo...” Soplo y todos aplauden, vaya a uno a saber por qué. Espero que sea de chocolate.

A las ocho y media la mayoría de los invitados eran buscados por sus padres. El mago había pasado sin pena ni gloria, la cuenta-cuentos bailó un arroz con leche, las mesas estaban repletas de sobras y manchas de gaseosas, vasos de plástico por todo el patio, el pelotero pegajoso de merengue y se oía a lo lejos a María Elena Walsh cantando las aventuras de Manuelita.

Esteban y Mica me acompañan en el patio.

-Algo que no se puede negar es que tu mamá es la mejor haciendo tortas- dijo Mica con la boca llena de merengue.

- Y que te pusieron buena música, cada cumpleaños en mi casa se padece a Barney o la discografía completa de los clásicos de Disney, tuviste suerte, mucha suerte Pablo– dice Esteban.

-No fue tan malo después de todo, mi mamá me retó solo una vez, papá quedó feliz con el mago y tu hermanito se durmió mientras le contaban el cuento.

-No se que pensarán ustedes chicos pero esto de cumplir años es una odisea, con la ventaja que a medida que cumplís mayor cantidad de años, menos traumática es la odisea.

-Completamente de acuerdo con Mica, aunque bueno, el hecho de cumplir diez años es todo un acontecimiento, no lo crees?-dijo Esteban.

-Por qué sería especial? Es un número más.

-Pero son diez años Pablo, una década completa, la primera de tu vida. Mi papá dice que es la mejor parte de la vida, además que de la infancia es donde se define una persona para toda la vida...

­­-Claro, -saltó Micaela- además hay que tener en cuenta que la siguiente década de tu vida va a ser un viaje accidentado de crecimiento, hormonas, madurez, confusión, dolor de rodillas, peleas con tus padres, etcétera...

-Es cierto. Una nueva etapa empieza, pero saben? Me siento optimista con respecto a mi futuro.

-Eso es porque tomaste mucha chocolatada Pablo- razona Esteban.

Mamá me avisa que ya vinieron a buscar a mis amigos.

-A propósito, ¿qué pediste en tus deseos?- pregunta Mica.

-Eso no se dice o no se hace realidad, eso sí, seguro no pedí otra fiesta.


martes

De Cómo Venimos y Cómo Vamos a Terminar


- ¡Pablito…! Pasá, pasá querido, Micaela esta en el fondo…
La señora es alta y últimamente se está poniendo gorda. Me da un beso ruidoso en el cachete y me empuja hacia el jardín trasero.
- ¡Micaela querida!! Llegó tu amiguito… ¡¡hace el favor y bajá ya de ese árbol!!… que manía la de esta chica… bueno, se me portan bien, ¿eh?

Tan súbitamente como apareció, la mamá de Micaela se fue. No es una mala mujer pero tiene la costumbre de decir “querido/a” cada dos segundos y cocinar salchichas para el almuerzo.
Micaela está tratando de bajarse de su sauce. Esta chica tiene un problema con los árboles, no puede ver uno sin que le den ganas de trepar; una prima suya dice que va a ser una buena abogada cuando sea grande.

- Pensé que no ibas a venir…
Me encojo de hombros. Antes de quedarme en casa un sábado por la tarde, cualquier opción es buena.
- Si no venía para acá me llevaban a ver “Caperucita: el musical”.
- ¡Aghh! Te compadezco… ¿Y Esteban? ¿Es cierto que lo castigaron?

Esteban había cometido el error de jugar a los bomberos con su hermanito de cuatro años. En resumen, se armó un pequeño incendio en el lavadero, hubo gritos, agua y bañaron a la abuela con espuma del matafuego. A la hora de encontrar responsables, se culpó al pobre Esteban, que por ser el “hermano mayor” se ligó todo el castigo. Tiene un mes sin salir de casa y dos semanas sin televisión. Ni siquiera el Discovery Channel.
- Fue una injusticia. Al hermano ni lo retaron.
- Es típico. Los más chicos son los mimados…

Micaela es mi única amiga mujer. En realidad, es la única mujer, después de mi mamá, que me cae bien. No se pone vestidos con moños, no habla de reinas ni princesas, le encanta desarmar Barbies y la lucha libre. Es como un varón con trenzas.

Ella tiene suerte, no tiene hermanos ni hermanas que le compliquen la existencia. Sus papás trabajan todo el día así que ella pasa mucho tiempo sola, trepada en su árbol.

- Vos no te quejés, que nadie te debe retar por nada. En cambio a Esteban y a mí siempre nos tratan como idiotas por tener hermanos que se encargan de fastidiarnos la existencia…

- Mirá Pablo, ser hija única no garantiza que no tengas problemas. Te aburrís como una ostra y encima te encajan jueguitos de té y pinturitas hasta por las orejas, te meten en unos ridículos vestidos con florcitas y te pone zoquetes con encajes, a ver si así te pueden hacer lo suficientemente tarada y dependiente para que un día les digas que si, que serás la doctora en leyes que ellos tanto anhelaban. Luego no entienden porqué rompo las muñecas… necesito canalizar tanta presión… por suerte ahora…

- Mica, querida!! Ya les preparé la chocolatada, vení ayudame con las galletitas…

A veces no entiendo. Ser hijo menor no es lindo. Ser hijo del medio, menos. Ser hijo único tampoco. Es culpa de los papás o culpa de los hijos? Una vez mi hermana me dijo que fue bueno que yo naciera porque así mis papás iban a tener con quien proyectar sus frustraciones y no la molestarían tanto. En ese momento no entendí pero cuando mamá me llevó (mejor dicho, me arrastró) al coro de la Iglesia, supe a que se refería.
Suspiré.

Allá venía la mamá de Micaela, algo le pasaba, no era la misma, o sí pero de otra forma. Tenía algo raro.

- Che, Mica, ¿qué le pasa a tu mamá? ¿Tiene algo?
- Si, tiene un bebé.
Me miró y se rió.
- ¿Un bebé? Pero…¿cómo?- pregunté como un idiota.

Micaela me dio su mirada más sarcástica y su tonito más condescendiente.
-A ver… Primero mis papás escribieron una carta a París, a la Asociación de Cigüeñas Embarazantes, que les respondieron que en un plazo de no más de nueve meses le enviarían su pedido contrareembolso. Pero mientras, en forma de pago adelantado, mi mamá se hincharía, vomitaría y engordaría progresivamente hasta que reciban el pedido, que está de más decirlo, no tiene garantía, como tu inteligencia, PABLITO

Si no fuese porque mi mamá me dice que a las mujeres no hay que pegarles, le hubiese dado una buena patada a la pecosa con trenzas que se reía y tomaba chocolatada haciendo ruidos. Además no podía pegarle porque tenía razón, mi pregunta era estúpida. ¿Cómo se tiene un bebé? Era fácil, primero hacen falta un papá y una mamá… después…eeeeh… ¿amor?... ¿y después?

Micaela me miraba adivinando que no tenía idea. O sea, no es que NO tenía idea, una vez me hablaron de cómo se hacen los bebés pero me enredaron con tantos pescaditos y repollos. Sí, a mi me hicieron la del repollo, así de modernos son mis padres.
-¡¿ Así que vos no sabés cómo se hacen los bebés?!

Mi mamá también me dijo que las mujeres tienen un sexto sentido pero no sabía que desde tan chicas.

- Bueno, no exactamente. Tengo una vaga idea… ¿y vos sabés?
- ¡Claro! Primero le pregunté a mi papá, se puso de seis colores diferentes y luego me mandó con mi mamá.
Conducta repetida. Mi papá hizo lo mismo.
- ¿Y tu mamá que te dijo?
- Bueno, ella empezó hablándome de mis almendras…
- ¡¡¿De tus que?!!
- ¡Uff! De mis almendras, ¿acaso tampoco sabés que las mujeres tenemos almendras y que los hombres tienen nueces?!- Sacudió la cabeza escandalizada. Oh, no, pensé, otro lío de comida.
- ¿Y dónde se supone que las tenés?

Micaela se acomodó mejor en la sillita. Se tiró las trenzas para atrás y puso su carita de mamá en potencia para explicarme en detalle todo ese asunto de frutas secas.

- Mi mamá me explicó que las niñas tenemos dos almendras, por acá.- Se tocó la panza
-Ahí se forman los óvulos que son como huevitos chiquitísimos y que cuando una crece y le empieza a crecer pelos por todos lados, ese huevito sale de mis almendras…
- Ahá… ¿y a dónde se supone que va?
No quise decírselo pero no lograba imaginar un huevo saliendo de una almendra por más chiquito que sea.
- Y va a esperar… tiene que esperar a un pescadito…
Ay no, los pescados de nuevo.
- Si mi huevito se encuentra con un pescadito (que también es muy chiquito), los dos se juntan y se van a mi útero, que está por acá.
Volvió a tocarse la panza.

-Cuando llegan esta todo lleno de sangre para que empiece a crecer el bebé…
- ¿Un bebé crece en medio de sangre? Eso es un poco asqueroso ¿no crees?
- Eso es lo que dicen todos los hombres cuando se habla de sangre, por eso son tan flojos…
- ¡¡¡No es cierto!!! ¡Cuando me lastimo o me raspo y me sale sangre no me impresiono ni lloro!
- Pero que harías si todos los meses te lastimaras y te saliese sangre,¿ a ver?
-¿Todos los meses? ¿Estás loca? ¡¡Me moriría desangrado!!
-Las mujeres sangran todos los meses y no se mueren…

Sonrió con una cara de triunfo. A mi se me quemaron los papeles. Con el poco orgullo que me quedaba al darme cuenta de cuánto ignoraba, le pregunté:
-Eehh… ¿y cómo pasa eso?

Micaela finalmente tomaba venganza de todas las veces que Esteban y yo la habíamos obligado a jugar al fútbol y tirado de las trenzas.

- Ay, Pablo, lo que pasa es que cuando el óvulo (o huevito, como quieras) NO se encuentra con el pescadito, toda esa sangre que estaba aquí, - vuelve a tocarse la panza- empieza a salir por acá.

Y señaló debajo de la panza esta vez. Mucho más abajo. Ok. Ahora si que la charla se volvió incómoda. ¿Por dónde le salía la sangre? Tuve que pedirle que me lo repitiese.
-Sale por acá tonto, por donde las nenas hacemos pis…
Creo que me puse colorado.

Fueron los peores cinco minutos de toda mi corta vida. ¿Cómo le hago ahora para salir de este enredo? Tenía miedo que si seguía preguntando, la charla se tornase más y más desagradable, pero tampoco me quería quedar con la duda.

-El punto es, -dije cuando me armé de valor- que las mujeres sangran todos los meses. Eso pasa porque el huevito no se encontró con el pescadito, ¿cierto? Ahora, ¿cómo le hace el pescadito para entrar en medio de tantas cosas?

Esta vez Micaela se agarró la cabeza con las dos manos. Por la mirada que tenía me hizo sentir un nene de tres años que no entiende lo de dejar los pañales.
-Ay, Pablito…
¡Ah no! ¡Pablito no! ¡Sé que tal vez me merezco un poco de intolerancia, pero con diminutivos no!
-¡¡Micaela, te buscan!!

¡Suerte la mía! Tal vez cambiemos de tema… En menos de un minuto apareció Esteban en la puerta.

- ¿No estabas castigado vos?- pregunté.
- Si, pero mi mamá tenía visitas y mi papá estaba harto de que no le hiciese caso. Dijo que prefería levantarme el castigo por un día a tener otra úlcera.
- ¡Buenísimo!- dijo Micaela- venís como caído del cielo para explicarle a Pablo como se hacen los bebés…
- Pero si es re fácil, -dijo con cara de sabiondo - cuando mi mamá se embarazó de mi hermanito me regalaron dos videos, un libro y me llevaron a una charla con un pediatra de no sé donde. En resumen, me hartaron con eso de la reproducción…

Aclaración: la mamá de Esteban es psicóloga y su papá médico. Está clarísimo que el pobre chico tiene exceso de información, es más, es el único que puede decir “espermatozoide” y “otorrinolaringólogo” de corrido y sin equivocarse.

- Bien, ¿en donde quedamos?- arremetió Micaela- ah sí, en que Pablo no sabe como entran los pescaditos…
- Los pescaditos los tenemos nosotros, aquí en…
- …tus nueces!
- Eeeeh… testículos…y cuando nos hacemos grandes nos desarrollamos…
- … te empieza a salir pelo por todos lados!
- Vello en realidad, ya estamos listos para ser papás…
- … y mamás…
- Nosotros somos los que tenemos esos…
- … pescaditos…
- … espermatozoides que salen por…
- … donde USTEDES hacen pis…
- … y si los dejamos en la vagina de una mujer…
- … o sea por aquí…
(¡Se señaló ya saben donde!)
- … y se encuentran con un óvulo…
- … o huevito…
- … tenemos un bebé que en nueve meses va a salir por la vagina de la mamá…
- … o sea por aquí…
(Se señaló ya saben donde, ¡otra vez!)

Bien, bien, bien. Ya entendí. Así hay que crecer, llenarse de pelos, cambiar la voz y sobre todo, empezar a considerar a las chicas como seres atractivos. Cuando eso pasa, somos papás en potencia. Tenemos pescaditos (es-per-ma-to-zoi-des), ellas tienen huevitos (óvulos), nosotros tenemos nueces (testículos), ellas almendras (ovarios). Vaya… que no era tan difícil.

Esteban y Micaela me miraban expectantes, dudaban si estaba callado porque procesaba información o porque no entendí un pepino.

Por supuesto, ella tenía que preguntar.
- ¿Y Pablo? ¿Entendiste o no?
- Si… ya me quedó claro. Pero donde entra eso de la sangre…
- Uff… a ver. Ya te dije que para que un bebé pueda crecer necesita un útero lleno de sangre. Cuando no hay pescadito, no hay bebé, entonces mi huevito se desarma y toooodaaa esa sangre tiene que salir por algún lado. Así que cada mes, durante unos días, se va. Eso se llama menstruación…

Ajá! Así que es eso lo que pone a mi hermana histérica cada mes y la hace llorar con las películas y comer chocolate…

- ¿Y por cuanto tiempo? ¿Toda la vida??
- Nooo, sólo unos días cada mes desde los trece hasta los cuarenta más o menos, ¡una pavada!… después, claro, viene la menopausia…
- ¿¿¿La meno qué???
Esteban intervino.
- La menopausia. Cuando a las mujeres les deja de bajar la sangre. Mi papá dice que cuando eso pasa, las mujeres tienen “crisis”. Es que se ponen gritonas, se hinchan y les da calor a cada rato…

- Mmmmmm… ¿y los hombres tenemos crisis como esa?
- Por supuesto, -interrumpió Mica- solo que a ustedes les da por hacer ejercicios, divorciarse, corretear chicas jóvenes y pretender que tienen 20 años de nuevo…

Esteban y yo la miramos fijamente.

- … ¿qué pasa? Eso dice mi tía…y que la naturaleza es terriblemente injusta porque los hombres cuanto más viejos, más atractivos, en cambio las mujeres se ponen gordas y se les cae todo…
- Tu tía es una exagerada…- acoté.
- Realista diría yo.
- No sé, pero en algo tiene razón, la naturaleza es algo injusta ¿no? -dijo Esteban- Digo, tener que cambiar tanto… ¿No estamos bien así, niños y sin problemas?

Ahora Micaela y yo lo miramos con estupor.

-¡¿Un niño sin problemas?!- dije - ¿Acaso enloqueciste? Lo que tenemos al por mayor son problemas... si no es porque jugás demasiado, es porque no lo hacés; cuidado si tiene muchos amigos pero si es antisocial es peor; no te entienden cuando les hablás y jamás te consultan las decisiones sobre tu futuro… No sé que vitaminas te estarán dando, Esteban, pero no razonas bien.

- Pablo tiene razón, hace un rato hablábamos sobre el dilema de ser hijo, los padres no hacen más que asignarnos papeles que nunca elegimos: si sos el hermano mayor, tenés que ser responsable; si sos el del medio, hacé señales de humo para que no te ignoren, si sos el menor, tenés que cumplirle todos los sueños frustrados que tus otros hermanos no lograron; si sos hijo único, no te los sacás de encima… ¡puras exigencias!
- ¿Y que vas a hacer ahora vos que esperás un hermanito? -pregunté.
- Supongo que prepararme para que no me tomen en cuenta por unos meses, afrontar responsabilidades tales como pasearlo y enseñarle a no tocar los enchufes… Y convencer a mis padres que él/ella será en realidad el/la abogado/a de la familia…

A pesar de sus ideas aplastantes y sus conocimientos, Esteban se veía confundido. Micaela quedó sumida en una nube de premoniciones de un futuro que de definiría en cinco meses y yo me quedé pensando en todo lo que había aprendido esa tarde.

Como a las siete nos llamaron adentro. En la mesa del jardín quedaron tres vasos vacíos de chocolatada, migas y una charla bastante constructiva. Micaela rompió el silencio.

- Creo que tenías razón Pablo, mi tía es una exagerada: la naturaleza no es injusta para las mujeres, los hombres también sufren cuando crecen. Creo que para todos es complicado crecer, tengamos almendras o nueces…
Esteban asintió. Yo suspiré, ya no me sentía incómodo.

Ella tenía razón, no aprendí solamente lo compleja que es la reproducción humana sino que cuando un pescadito se encuentra con su huevito no es el final de algo, al contrario, es el comienzo de esa cosa tan confusa (y que ninguno de los tres todavía comprendía) que se llama vida.
El papá de Esteban y mi mamá llegaron a buscarnos.

- Bueno queridos, espero que se hayan divertido. Vuelvan cuando quieran y aprovechen ahora que Mica tiene tiempo, porque en unos meses seguro va estar muy ocupada.- La señora nos dio un beso y galletas.
Nosotros le guiñamos el ojo a Micaela. Esteban volvía a su confinamiento y yo, bueno, yo ahora entendía eso de las frutas secas…

…¿y el repollo?
Ah no, esa es otra historia para confundir a los niños.





La Peor de las Verdades


Pablo mira la lluvia por la ventana; las gotas le fascinan, como caen, como rebotan, como invaden con su humedad cada centímetro de su patio.
Suerte que Esteban y yo vivimos cerca, pienso, porque serían tan aburridas las tardes sin ellos.

-Me tenés repodrida Esteban! -le digo por enésima vez, viendo que no voy a poder ganarle en el ajedrez.
-Te dije que era bueno -acota Pablo.
-Tu rey va a caer, tu rey va a caer… -susurra Esteban.
No me gusta perder, ante la inminente pérdida de mi rey abandono el juego.
-No te pongas así! Es sólo un juego -me recuerda Esteban sorprendido.
-No me importa, no juego más con vos. Nunca. NUNCA. -le digo haciéndome la enojada.

Pablo se desprende de la ventana y sus gotas.
-Ahora que te pasa? Es un juego nada más.
Esteban encoge de hombros y finge interesarse en los nuevos libros de Pablo. Comienza a lagrimear. Creo que se me fue la mano.

Nos miramos con Pablo: Esteban llorando es un acontecimiento funesto, algo ha pasado.
-Esteban estás bien? Por qué lloras? Contame… -pregunto. Detrás de su amado fútbol y su torpeza, Esteban era sensible.
-Estás enfermo? Te pasó algo?
Se sorbe los mocos, su carita hinchada y colorada no se presta a dudas.
-Creo que mi papá y mamá se van a separar.
Pablo y yo lo abrazamos, el infierno le había tocado y necesitaría de los amigos más que nunca.

Las explicaciones de los padres nunca son completas, ni convincentes, ellos esperan que nosotros entendamos por que de repente todo va a cambiar, que la vida se va a partir en dos de ahora y para siempre. Esteban no había dicho nada porque pensó que podía soportarlo, pero en cuanto se encontró solo, enfrentando el inevitable cambio, la angustia le ganó.

-Que van a hacer? Hablaron de eso? -preguntó Pablo.
-No se, mis hermanos mayores dijeron que a lo mejor nos quedamos con mamá en la casa y que papá se va a ir a la casa de los abuelos...
-Pero tus papás dijeron algo? Tienen que haber arreglado ya -insisto.
-No creo, están peleando todo el tiempo cuando creen que no los vemos. Pero yo los veo, me escondo cerca del armario y escucho como discuten sobre abogados, plata, quien se lleva la tele grande...

Bajo la cabeza, no era la primera vez que teníamos que hablar sobre la complicada relación de los padres de Esteban, llenos de hijos, de cuentas, de pacientes y congresos, demasiado ocupados, dejando a sus hijos regados por inglés, fútbol, gimnasia, violín o en las casas de sus amigos.

-Todavía no entiendo por que lo hicieron... por qué los grandes dejan de quererse asi de repente? Por qué no siguen queriéndose como siempre, asi las cosas no cambian, asi no tengo que quedarme en el medio tratando que quererlos a los dos por igual...
-Esteban, es difícil de explicar, creo que los adultos se olvidan de las cosas, se olvidan de cómo ser felices y disfrutar, se olvidan de quererse, cuando se dan cuenta ya no pueden volver atrás, o cuesta demasiado... pero vos no tenés que olvidarte que...
-Ya se, yo no tengo la culpa, verdad Pablo? Ni mis hermanos, ni por las veces que la hice renegar a mamá o cuando no quería ayudar a papá, ya sé que no es mi culpa, pero entonces de quién es?
-De nadie -le digo-, uno no puede querer las mismas cosas toda la vida, eso también les pasa a los papás, se aburren, supongo...

Tiene vergüenza, Pablo y yo lo vemos, vergüenza de verse en una situación así, de no comprender la maraña confusa que sus padres parlotean. Para colmo fingen, delante de ellos tratan de parecer calmados pero lo cierto es que no quieren verse ni la punta de la nariz.
-Me toman por tonto, creen que no entiendo nada, que pueden engatusarme con juguetes como a mi hermanito o con plata como a los más grandes, yo no quiero, no quiero...

Abrazo a Esteban que no aguanta el sollozo, que tiembla debajo de su pulóver de algodón. Él que solo lloraba cuando perdía su equipo o cuando lo culpaban de travesuras que no había cometido.
Pablo trajo la merienda pero no probó bocado. Tampoco
quiso seguir jugando al ajedrez a pesar que le prometí que no me iba a enojar si me ganaba de nuevo.

-Es posible que los papás sigan queriendo a sus hijos a pesar de no verlos todos los días?
-Si Esteban, los papás no se olvidan de sus hijos, incluso te presten más atención...

-Cómo vamos a hacer para Navidad? Para mi cumpleaños? Yo quiero que estén los dos...
-No te preocupes Esteban, eso se va a arreglar...

Tenía miedo, Pablo y yo lo vemos, miedo porque no sabe que hacer o pensar. Prendemos la tele, vemos dibujitos, le pedimos a la mamá de Pablo que nos lleve al cine el fin de semana, a ver una película de ciencia ficción, esas que Esteban adora. Lo ayudamos con los deberes, invento disfraces y le pido que me ayude a arreglarme el pelo.
Su papá terminó de mudarse.

-Me compraron una bici nueva...
-Por qué? -pregunto
-Supongo que para que me entretenga...
Pablo menea la cabeza.
-Típico chantaje, como si no fuera suficiente con mandarnos a un psicólogo...
-No es para tanto, no lo hacen por malos -aclara-, ya creo que lo voy entendiendo, saben? Todo esto de separarse, no lo hacen por malos, al contrario, prefieren irse antes que matarse delante de nosotros... lástima...
Sus ojitos se ponen brillosos.
-Lástima que?- pregunto.
-Lástima que duela tanto, que de ahora en más toda mi vida no va a ser como yo pensé que sería, que por algo que no hice todo cambie, todo sea distinto... asi no me gusta, vivir ahora sabiendo que no los tengo juntos conmigo, que no importa lo que haga, voy a desear toda mi vida que esto no pasara. Acaso estoy loco chicos? Pido demasiado, es cierto?

Mira la lluvia por la ventana, como lo hizo Pablo días atrás y las gotas caen afuera imitando las lágrimas en sus mejillas, Esteban que parecía tan frágil ha soportado la peor de las verdades con el temple de los héroes, no podemos volver atrás, no se recupera la felicidad.
Toca el vidrio grueso con sus dedos.

-Duele mucho.




jueves

El Primer Amor de Pablo

-¿Qué le pasa a Pablo? ¡Hace semanas que no lo veo!- le pregunto a Esteban ni bien abre la puerta.

-¿Hola no? Qué modales los tuyos…-contesta molesto.

-Ufa, esta bien, hola Esteban, ¿cómo te va? ¿Desayunaste bien hoy? ¿Estás bien de salud? ¿Sabes porqué tu amigo ya no da ni la hora?

Esteban me mira con resignación.

-Si te lo digo no me lo vas a creer.

Peligro. Esteban sabe que hay pocas cosas que no podría creer sobre Pablo y sus excentricidades. Un temor se apodera de mí, ¿será acaso que ya le tocó? Es tan joven, tan inexperto. Pongo una expresión trágica, Esteban asiente con la cabeza.

-Sí, es lo que estás pensando. Pablo está enamorado.

-¡¡¡¡¡Nooooooooo!!!!!

Era el peor de los problemas que Pablo podía darnos. Esteban me dio un vaso de leche para calmarme.

-No te pongas así, creo que estas exagerando, Pablo es un chico inteligente.

- ¡Qué importa si es inteligente o bruto! ¿No vale de nada todo lo que hablamos hasta ahora acaso? ¿o no entendés que perdimos a nuestro amigo gracias a una…? - Momento, ¿de quién se había enamorado Pablo?

- ¿Cómo pasó todo? – le pregunté.

Esteban se sentó frente a mí. Me hizo prometerle que no lo iba a interrumpir por más ganas que tuviera.

- Todo empezó el lunes de la semana pasada. Llegó una chica nueva al grado, la maestra la presenta, se llama Florencia. La sentó en uno de los pupitres de adelante. Pablo en cuanto la vio puso cara de tonto y no paraba de reírse. En el recreo me regaló su alfajor para que lo acompañe a hablarle. No sé, no parecía gran cosa, o sea, es una chica común y corriente, no tiene nada extraordinario…

Sospeché que Esteban ocultaba algo.

-¿Ah si? ¿Y como es? ¿De qué color tiene el pelo?

-Eeeh… el pelo así… como marrón clarito.

- Esteban... no me ocultes nada, mirá que cuanto mas sepa de esta chica mejor voy a ayudar a Pablo.

-¡Bueno! ¡Está bien! ¡Es linda! Ahí está, lo dije. Tiene ojos verdes y el pelo le brilla un montón. Además cuando se ríe se le hacen hoyitos en los cachetes. Y además… bueno… le regaló a Pablo una lapicera del Hombre Araña.

-Aha! ¡Sabía que me escondías lo mejor!

-Hay más…

-¿Qué?

-Que la chica se mudó hace poco, vive a unas seis cuadras de aquí y como no tiene amigos, invitó a Pablo a su casa y la mamá había hecho una torta que según lo que me contó él, estaba para chuparse los dedos.

- ¡Con razón está enamorado! La muy astuta le llegó por los ojos y el estómago. La perdición de cualquier hombre.

-No de cualquiera, a mi no me gusta –aclaró.

-¿Ah no? Y yo que pensaba que vos ibas a caer primero en las redes femeninas…

- Estás loca vos, tengo un Edipo muy fuerte, me gustan las mujeres mayores.

- La situación me parece grave, hace dos semanas que no lo veo, salvo de lejos en la escuela.

-Es que si no está en casa de Florencia, está en la plaza con Florencia. O si no, Florencia va su casa y le cayó re simpática a toda la familia, porque Florencia es muy simpática, es tan linda, tan inteligente… si escucho Florencia una vez más, mato a alguien. –Esteban estaba bastante alterado, la situación evidentemente se le escapaba de las manos.

-Ya estaba por ir a buscarte –me dijo – vos sos la única que lo puede salvar. Si sigue así nos quedamos sin amigo.

- ¿Y por qué yo sola? ¿Acaso vos no sos también su amigo?

- Si pero vos sos mujer, ¿qué mejor una para hacerle frente a otra? Además Pablo puede creer que quiero quedarme con ella. En el grado se peleó ya con dos compañeros por culpa de ella.

Esa tarde ideamos un plan para recuperar a Pablo de las garras del amor. No significa que estamos en contra de un sentimiento tan lindo, pero el amor es como el sol: hace mucho bien y no podemos vivir sin él, pero si nos pasamos nos insolamos. Así que decidimos ir a su casa al día siguiente, hablar con él e intentar volverlo a la cordura. Dudábamos de nuestro éxito, pero amigos son los amigos.

-¿Hola está Pablo?- pregunté

- Mica, Esteban ¿cómo están? ¡Tanto tiempo! Pablo no está, se fue a la casa de su amiguita Florencia, yo pensaba que ustedes también estaban invitados.

- No, señora, yo no me junto con gente que puede ser una mala influencia. – contesté.

- Pero si esa chiquita es encantadora, además su mamá es tan habilidosa, Pablito siempre me cuenta lo ricas que son sus tortas.

- Mi mamá me cuida muchísimo del exceso de postres, con eso de la diabetes infantil…- agregó Esteban maliciosamente.

La señora puso cara de preocupación.

- ¿Y a que hora vuelve Pablo?- le pregunto.

- Ya tendría que estar de vuelta, sabe perfectamente que no me gusta que esté tanto tiempo molestando en casas ajenas. Ya mismo voy a llamar a la casa de su amiga. Ustedes pueden esperarlo si quieren.- Y desapareció.

-Listo. La fase uno del plan esta completa –dije –Ya destruimos un poco la bella imagen de Florencia y su mamá.

-Ojalá sea tan fácil con Pablo. –señaló Esteban. Ambos sabíamos que no sería así.

No pasó ni media hora y Pablo estaba de regreso. Se sorprendió al vernos.

- ¡Chicos! ¡Tanto tiempo! ¿Cómo están? ¿Quieren chocolatada?

-No gracias. ¿Vos como estas? Hace mucho que no me vas a visitar.

-Perdón Mica, es que anduve ocupado. Es más tengo algo que contarte… -Los ojos le brillaban –Estoy enamorado.

-Ya lo sé. Por eso estamos aquí

-¿No es maravilloso?

-No, no lo es - afirmó Esteban.

- ¿Qué pasa? Ah, ya sé, estás celoso.

Intervengo. –No Pablo, Esteban no esta celoso, esta preocupado. Y yo también. Acaso te olvidaste de las veces que hablamos de lo peligroso que es el enamoramiento?

-¿Peligroso? Para nada, es lo más lindo del mundo. Me siento vivo…

-¿Ves? Ya te estás poniendo cursi –señalo.

- ¿Qué les pasa? Son unos envidiosos, yo…

-Si, ya se –lo interrumpo- vos estás en tu mejor momento, el sol brilla, los pajaritos cantan, la primavera te regala flores y el amor está en el aire.

-¿Qué me querés decir?

- Quiero decir, ¿ya sabe la susodicha que sentís todo eso gracias a ella?

Pablo se pone colorado. Típica reacción.

Esteban lo mira resignado. - No lo sabe, ¿cierto?

-No, todavía no. Es que es muy pronto para decirle lo que siento. Por ahora sólo soy un amigo para ella.

-Pablo, no quiero ser aguafiestas, pero te apostaría mi telescopio a que cuando vos le digas lo enamorado que estas, ella te va a dar unas palmaditas y te va a decir que te ve como un amigo. Eso si no se te ríe en la cara.

-No es cierto, Flor no es así, yo sé que no me dice nada porque es tímida.

Lo miramos preocupados. La había llamado Flor, lo siguiente sería decirle Florcita y escribir sus nombres dentro de un corazón. Me dolía ver a mi amigo enredarse sin remedio en un amor no correspondido.

Esteban y yo nos ocupamos toda la tarde tratando de convencerlo. Fue inútil. Estaba enamorado, había encontrado su musa, una ilusión, una droga que lo hundía en visiones con su amada. Esteban salió deprimido y yo furiosa.

-¿Es siempre el primer amor así?- me preguntó Esteban días después.

-¿Así cómo?

-Así, tan ciego e inexplicable. ¿Por qué uno no se enamora solo de las personas que van a correspondernos y ya esta, cero lío?

- Es una lotería, uno no elige de quien enamorarse, le pasa y ya. Si la otra persona siente lo mismo, bueno, ganaste. Y si no, vas a tener que errar como Pablo, soñando que algún día las cosas van a cambiar.

- No creo que tengamos edad para enamorarnos. No es sano complicarse la vida siendo niños, deberíamos disfrutar nuestra niñez, el amor es cosa de adultos.

- No estoy de acuerdo, creo que el amor es lindo y simple. Pasa que uno lo complica con pavadas aprendidas en novelas. Pablo se complicó.

- Y ahora lo único que podemos hacer es esperar – suspira.

-¿Esperar que? –pregunto.

- A que le rompan el corazón.

Pasaron dos semanas, tres, un mes. Pablo no aparecía. Comenzamos a creer que finalmente su amor fue correspondido y andaría obnubilado detrás de Florencia y su cabello brillante. Se habría olvidado de nosotros, de su familia, de su propia vida. ¡Qué cosa con los enamorados que fabrican una burbuja en la que sólo entran dos! El resto del mundo pierde importancia, los problemas son banales y lo que rige su vida es la respiración del ser amado. Ningún poeta sufre lo suficiente hasta que se enamora.

-¿A que podemos jugar?- pregunto aburrida.

-No sé, entre dos ningún juego tiene gracia- dice Esteban ahogando un bostezo. Golpean la puerta.

Pablo aparece en el umbral de la habitación con cara de gripe.

­-¿Puedo pasar? –pregunta tímido. Esteban y yo lo abrazamos.

-¿Querés contar lo que pasó? -pregunta Esteban después de pasarle los pañuelos de papel.

- Y pasó lo que me dijeron que iba a pasar; le regale una caja de bombones, de esos que tienen relleno, y no dijo más que gracias. Después le llevé flores del jardín de la abuela y nada. Hasta que le pregunté si quería ser mi novia.

-¿Y? La muy desgraciada seguro se te rió en la cara –afirmé enfurecida.

-¡Mica! ¿Podés tener un poquito de consideración? Estamos frente a un hombre con el corazón en pedacitos –me retó Esteban.

-Porque quiso, bien que le avisamos, ¿o no? Hombres, hombres, una gasta saliva para evitar verlos como un trapo de piso ¿y qué se gana? Nada. Así que ya sabes vos Esteban, cuando te toque, yo me la lavo las manos. Si, señor, después vienen las lágrimas, ¿pero escuchan los consejos? No, para nada, ¿para qué? Así mejor socializo con paredes.

-Está bien, Mica, entiendo que estés enojada conmigo. Sé que me lo advertiste, y vos también Esteban, pero cuando te sucede algo así es como mudarte a un mundo distinto, chiquito, donde caben sólo dos personas. Te olvidas de las tareas, de la PlayStation, del fútbol, hasta de tu mamá y tu papá…

-Sobre todo de los amigos…

-Si, también de los amigos. Créanme que lo último que deseo es perder a mis amigos.

-Pues no parecía. Con esa Florencia tenías todo y hasta te sobraba- Me hago la ofendida, sé que es cruel, pero hay que poner límites: si a él no le gustaba estar triste y deprimido, a mí menos me gustaba verlo. Ya pensará dos veces antes de perder la cabeza por un par de ojos verdes.

-Estaba ciego, estaba como perdido, como si volara hasta que me cortaron las alas de raíz. ¿Qué puedo decir? Salvo que les pido disculpas, me imagino por lo que habrán pasado.

-Imaginate pasar más de un mes con ésta…-bromea Esteban. Le doy un leve golpe en la nuca. Nos reímos.

-Bueno, si Esteban te perdona, yo también…-digo al final.

-Yo te re perdono, sobre todo porque algún día voy a pasar por lo mismo y necesitaré un poco de empatía masculina.

-¿Entonces me perdonas Mica?-me pregunta tímido. Con los ojos rojos, la nariz irritada por los mocos es como ver un perrito abandonado en medio de la lluvia.

-¡Ya! ¡Obvio que te perdono! Al fin y al cabo fuiste una víctima de esa infeliz desalmada.

-¿Y que se siente?- pregunta Esteban entusiasmado ya que se acabó la trifulca.

-¿Que se siente qué?

-No te hagas el tonto Pablito, ¿que se siente el amor? ¿Sentiste mariposas en la panza, te sudaban las manos, te comiste las porquerías que hacía la madre solo para caerle bien? –Esteban aprovecha para destilar su veneno.

-Estás muy gracioso vos. La verdad es que se siente todo eso, es como flotar. Todo se ve bien, todo parece estar en armonía. Es algo para recomendar, ahora entiendo porque los adultos destinan su vida a buscar el amor.

-Y así les va…-agrego.

-Y si, a algunos les va como a mí; terminan endeudados con sus hermanos por unos chocolates y castigados por dejar a la abuela sin jazmines. El esfuerzo vale la pena, estoy seguro aunque no siempre se gana.

Pablo estaba realmente triste, al fin y al cabo había entregado su corazón a un sueño, un sueño de pelo rubio que en cuanto tuvo la oportunidad le hizo saber que su amor estaba destinado para uno de los del equipo de rugby. Cualquiera destina unas buenas lágrimas por eso. Aún así él era optimista, quizás hasta sería más cauto la próxima vez, eso nadie lo sabe. Los enamorados son como los rayos, impredecibles, intensos, deslumbrantes, contundentes.

Esa tarde nos propusimos hacer olvidar a Pablo su pena de amor, o al menos intentarlo. Toda herida necesita de su tiempo para cicatrizar, Pablo lo aprendió a los diez años, otros lo hacen más tarde o temprano, pero ninguno puede olvidarlo. El amor no se olvida, mucho menos el primero.

-¿Te parece un café con leche con torta para borrar las penas?- le preguntó Esteban.

-El café con leche te lo acepto pero no quiero más torta por un buen tiempo, ya tuve suficiente de dulce.



miércoles

Cuando las hadas te dicen no














Sábado a la tarde en el parque, mis amigos y yo en las hamacas
compitiendo para ver quien alcanza más altura. Me agradan estos juegos infantiles que producen adrenalina con tan poco esfuerzo. Nada de conversaciones, ni de discusiones, simplemente el viento fresco en la cara y la sensación de mareo en los estómagos. Caen gotas.

-¡Llueve!- grita mamá como si las gotas contuvieran ácido. Se aproxima presurosa y nos pone los impermeables y los abrigos. Nos lleva casi corriendo a casa, imposible intercambiar palabra en esa carrera contra el clima, cuando mamá tiene esa arruga en el medio de la frente, significa
que no habrá nada que le devuelva la sonrisa.

Últimamente ha sido así con mamá, su arruga es casi permanente y aparecieron otras en las que no reparé hasta hace unos días, como así también en los innumerables potes de crema de todos los olores y colores sobre la cómoda. También oigo a papá que le dice que está hermosa a cada rato y no sólo cuando ella se prepara para una fiesta. Y oigo a mamá decir que el reloj está marcando sus últimas horas y suspirar largamente, aunque esto, confieso, no lo comprendo del todo.

Ahora es imposible intentar compartir mis pensamientos con mi amigos, estoy demasiado ocupado saltando charcos y evitando perder el equilibrio mientras mamá nos arrastra refunfuñando por las cuadras que separan mi casa de la plaza.
-¿Los adultos disfrutan tan poco de sus diversiones como nosotros?- pregunto ahora tranquilo en mi cuarto, seco y cansado.

-Depende de lo que consideres como diversión para adultos, si es leer un libro sobre el origen del universo, escuchar música de puros violines o ver televisión, creo que les dura poco...- dijo Esteban con la boca llena de mis galletitas rellenas.

-A lo mejor un par de horas, pero todo depende de la cantidad de hijos que tengan, en la casa de Esteban los padres no creo que tengan tiempo de divertirse, acaso si lo tengan para ser ellos mismos - se burló Micaela.
Empezaba una discusión entre ellos que, se figuraba, iba a llegar a la guerra de almohadas si no intervenía. Quería hablar de otra cosa y además no quería que desordenaran mi cama.
Arremetí. -¿Ustedes le temen a la muerte?

Mica fue la primera en escuchar y se quedó mirándome:
-Me parecía que era demasiado tiempo sin una meditación profunda y filosófica de tu parte Pablo. ¿De qué se trata ahora? ¿Te quedaste traumado cuando echaste al inodoro a tu pececito muerto?
-No, no se trata de eso, es algo más, es mi mamá...
-¡Complejo de Edipo!-
acotó Esteban apelando a su escaso conocimiento de Freud, casi como el que tenía su padre, ya que era de la escuela Gestalt.
-¡Qué Edipo ni Edipo, intelectualoide! ¡Es en serio! ¿Qué pasó? ¿Ella está enferma? ¿Vos estás enfermo? ¡¿Quién está enfermo?!...
-NADIE está enfermo Mica, es otra cosa, es una cuestión de arrugas... ¿no vieron que mi mamá está cada día más arrugada? ¿Y que mi papá ya no me alza como antes, ni me hace avioncito?
-Ese es un problema tuyo, de tu peso no de la destreza de tu papá, y tu mamá...no sé, yo la veo igual, quizás no se ríe tanto como antes...
-Tiene razón, ¿que problema hay? Son arrugas nada más, el precio de la felicidad como dice
mi mamá, uno tiene arrugas de reírse mucho...- intervino Esteban.
-O de NO reírse mucho... no se dan cuenta que mi mamá está todo el tiempo enojada, preocupada. Antes le encantaba mojarse en la lluvia, caminar en los días fríos, y ahora lo único que hace es rezongar por el clima, porque está gorda, porque está más vieja, porque no me queda la ropa, porque papá se pone las camisetas al revés...

Recordé el sonido fresco de su risa, cuando era niño y abrazaba tan fuerte que me quedaba sin aire, cuando jugábamos a perseguir a papá para quitarle caramelos. Su risa se había apagado lentamente, nunca nos dimos cuenta que su espíritu se estaba apagando como un fuego que no tiene más leña de la cual alimentarse. Me sentía triste sabiendo incluso lo joven que era mamá, aunque para los niños, los adultos siempre tienen demasiados años.

-Tengo un tío que es cura y dice que cuando morimos nos vamos al paraíso y que es un lugar lindísimo donde se la pasa bomba, si es así no hay nada de malo en morirse...
-¿Y qué se supone que es el paraíso?- preguntó Micaela al borde de la burla.

-Eeeh...es un lugar bonito, lleno de nubes y gente buena que está muerta...

-¡VOS tenés la cabeza llena de nubes Esteban! El paraíso es un mito que se inventó para las personas no hagan cosas malas, y en mi opinión, es algo en lo que no creo...pensá un poco, para ir allá tenés que ser bueno, o sea, no hacer nada malo... ¿pero quién sabe que es lo bueno y que es lo malo? A veces se mete la pata como dice mi mamá y se cometen errores...

Tuve que intervenir.

-En fin, la discusión sobre los límites del bien y el mal será para otro momento, mi pregunta sigue en pie y nadie contestó, ¿le temen a la muerte?-
Luego de una breve reflexión Esteban contestó
-No sé, no puedo temerle a algo que no entiendo ni conozco...

Y sin querer, con su respuesta Esteban marcó la sutil diferencia que separa a los niños de los adultos: el adulto siempre le teme a lo desconocido mientras que los niños, que empiezan a conocer el mundo, gozan de la sana curiosidad, del placer de explorarlo todo. Conocen y después juzgan. El adulto lo hace todo al revés. O, en una tesis más simple, sería lo que Micaela sentenció:
-Los niños no tenemos la capacidad de pensar en cuestiones tan profundas, nuestra capacidad cerebral es aún limitada. Para saber de la muerte, debemos saber primero de la vida.

La tarde se perdía en la cortina gris de la lluvia copiosa. Micaela tarareaba un viejo blues de Janis Joplin mientras dejaba que Esteban intentase nuevos peinados con sus dos trenzas ahora deshechas.
-¿Qué harías si tu mamá se muere?
- La pregunta de Mica fue seguida por un tirón de pelo de su acompañante por lo brutal de su curiosidad.
-¡Dios! ¡Sos terrible! ¿Acaso no ves que el pobre Pablo está preocupado en serio por la salud de su mamá? ¿Porqué no pensás un poquito en los sentimientos de los demás, eh? ¿Qué pasaría si Pablo o yo te hubiésemos hecho semejante pregunta, ah, ah, ah?-
-No hay nada de malo, es algo que pasará tarde o temprano, a mí no me molestaría tanto, al fin y al cabo mi mamá también morirá y qué...no es el fin del mundo...
-Sos tan...¡insensible!
-¡No soy insensible! ¡No me culpes por ser mujer y estar naturalmente preparada para afrontar la pérdida y el dolor de una manera madura, hombrecito sen-si-ble!

Era evidente que tanto Esteban como Micaela querían terminar violentamente la tarde pero no estaba de humor para permitírselos.
-¡Basta ya! No es para tanto, y en cierto punto Mica tiene razón: con el tiempo todos los adultos que queremos van a envejecer y morirán. Eso pasará, aún cuando no lo entendamos y no sepamos de que se trata. Es la ley de la naturaleza.

Un silencio profundo reinó durante unos momentos. Fue Esteban el que lo quebró.
-Qué lástima que no existan de verdad las hadas madrinas como en los cuentos, donde ellas cambian todo, cumplen tus deseos y hacen que todos vivan felices. De seguro le pediría que no permita que mi mamá, ni mi papá mueran nunca... sería fácil para un hada cumplir eso...

Otro silencio, aunque menos profundo, reinó durante segundos antes que la reacción de Micaela se... desplegara.
-Un momento... no se si escuché bien, pero... ¿dijiste algo sobre hadas?... ¿Hadas madrinas?... ¿esas mujercitas voladoras que brillan mucho y tiran polvitos de colores, que parecen langostas en vestidos de Versace?... por favor Pablo dame algo contundente para golpearlo...
-¿Qué tiene de malo? Fue sólo una expresión, porque...¿no sería grandioso? Poder tener a alguien que cumpla tus deseos, que pueda concederte todo lo que quieras...¡así mis papás vivirían por siempre!
-Seamos racionales Esteban, otra vez tu papá te leyó cuentos de hadas para que los discutan juntos y enseñarte la sutil diferencia entre fantasía y realidad, ¿verdad? ¿Estás seguro que su título de psicólogo no fue falsificado?
-Basta ya, Mica, lo que dice Esteban no es tan descabellado...cualquiera moriría por tener todo lo que desea, ya sea de un hada, de un genio o de donde sea... hasta vos darías lo que fuera por hacer desaparecer mágicamente todas las medias con puntillas y a las muñecas Barbie. Lo malo es que aún con una hada de tiempo completo, no podríamos detener el paso del tiempo, ni el destino de cada uno. Y si le pidiéramos la inmortalidad de las personas que queremos, esa hada madrina nos diría que no lo puede hacer. Podría borrar las arrugas pero no contener la vida, eso no se puede amigos...

Y allí ocurrió, como suceden las cosas grandiosas, un destello de filosofía, sensibilidad, comprensión y sentido común con el que Esteban nos deleitaba de tanto en tanto.
-Pero existe una forma de ser inmortal... cuando mi abuelo murió yo estaba muy triste pero mi mamá me dijo que mi abuelo no podría morir si lo recordaba, que la única forma de muerte es el olvido. Por eso cuando lo extraño, me acuerdo de los momentos que pasamos juntos y ya no me siento más triste, porque mi abuelo está vivo otra vez...
Micaela se dio cuenta que no había argumento para refutar esa verdad.
-Eso es, Esteban, lo más cierto que has dicho en toda la tarde...

Cuando ni un hada con toda si magia puede cumplirte tu deseo, queda asumido que es algo bastante imposible. Pero la alternativa de Esteban era una posibilidad que no había tenido en cuenta y que sin duda, me daba el poder de evitar perder a los que más quería. Ya no importaba que no se me concediese mi deseo, porque yo mismo podía hacerlo realidad.
Así que Micaela se rehizo las trenzas y se fue a su casa. La lluvia había parado y las estrellas guiñaban desde lo alto. Con Esteban las contamos hasta que nos dormimos. Esa noche soñé con la risa de mamá y supe que jamás la olvidaría aunque no volviese a escucharla más.